La especie humana ha recorrido un largo periplo desde la
aparición de los primeros ejemplares de
Homo sapiens hace 200.000 años. Con el transcurso de esa inmensidad cabría
esperar que la humanidad hubiese alcanzado unas cotas de prosperidad y equidad
sociales acordes al nivel de desarrollo logrado en otras facetas. Sin embargo, basta echar un vistazo al mundo
que nos rodea para comprender que eso no ha pasado.
El desarrollo de la humanidad es
el resultado de un proceso de construcción y agregación continua de las
contribuciones que en cada momento histórico efectúan los individuos al acervo
colectivo. Al contrario
de lo que se pudiera pensar, el desarrollo de la humanidad no es un proceso de
pendiente siempre positiva sino un proceso continuo de cambios que se ajustan
bajo un modelo de prueba y error. El
Estado el Bienestar surgió en Europa para corregir los errores cometidos durante
la primera mitad del siglo XX. De hecho, la propia noción moderna de “Estado
del Bienestar” proviene del término inglés Wellfare
State acuñado por William Temple para contraponer las políticas keynesianas
al Warfare State de la Alemania Nazi.
Al concluir la Segunda
Guerra Mundial el mundo se dirimía entre dos bloques o modelos de organización
social, política y económica: el estado socialista y el estado democrático
capitalista. Por entonces los líderes de las potencias occidentales, en buena
medida forzados por el peso histórico de una contienda que había causado 50
millones de muertes, estuvieron a la altura de las circunstancias y emprendieron
las reformas políticas y sociales que traerían consigo niveles de prosperidad y
bienestar nunca antes conocidos por los ciudadanos de sus naciones. Así se concibieron y se desarrollaron los
Estados del Bienestar que actualmente están en fase de desmantelamiento en la
Vieja Europa.
Los Estados del Bienestar se desarrollaron en torno a los
siguientes pilares básicos: la expansión de la educación pública obligatoria,
el desarrollo del catálogo de servicios de la sanidad pública, la protección
del trabajo y el reconocimiento de los sindicatos como sus representantes
económicos y políticos legítimos, el salario mínimo y la vivienda de protección
oficial. Esta visión no era patrimonio
exclusivo de la socialdemocracia sino que gozaba de un amplio consenso social
compartido tanto por sectores liberales como demócrata-cristianos, quedando los
discrepantes en la excentricidad. Fue lo
que se conoció como el modelo europeo de gobernanza que dio lugar al Tratado de
Roma y las Comunidades Europeas.
En paralelo a esta etapa de prosperidad social tuvo lugar un
notable desarrollo económico con el florecimiento de una industria de consumo
apoyada en avances en los medios de producción y en la publicidad. Tras años de penuria y escasez la producción masiva de bienes de
consumo trajo consigo un estado de abundancia y sobreproducción que exigía
romper con los usos y costumbres adquiridos por la población. Aun hoy en día algunos padres dedicamos gran
esfuerzo a inculcar en nuestros hijos el cuidado de sus juguetes, libros, ropas
y enseres para extender la vida útil de éstos y así aprovecharlos durante más
tiempo. Esa costumbre nos fue dada por nuestros padres y a éstos, a su vez, por
los suyos como respuesta a un estado de escasez. Por
eso a través de un
sirimiri de escapismo social en las clases medias y trabajadoras
gradual e inconscientemente fueron cuajando usos y costumbres consumistas
asimilándose a la burguesía perdiendo por consiguiente su identidad de clase.
A esta maniobra de doma de masas contribuyó el cine pero
especialmente la televisión que al
introducirse en cada casa propició, por un lado, la diseminación de un modelo
socio-cultural dominante que consigue que el individuo se realice en torno al
consumismo más, por otro lado, la difusión de la percepción de riqueza en la
población, necesaria para impulsar ese consumismo de usar y tirar. Tal vez ahí
encontremos respuesta a la general displicencia del ciudadano moderno, no en
vano alguien dijo que la entrada de una televisión en cada hogar permitió a las
democracias superar la histórica eficacia de las dictaduras a la hora de
controlar al pueblo –ya no resultaba necesario poner un policía con perro tras
cada esquina–.
Entonces, con una industria capaz de controlar e impulsar la
demanda a través de la publicidad y la institución en el ciudadano del nuevo
patrón consumista, con los recuerdos de la guerra desvaneciéndose en los
escondrijos de la memoria, no es de extrañar que las élites económicas,
políticas y académicas comenzasen a pregonar doctrinas económicas centradas
en la oferta y el laissez-faire, para
las que el Estado del Bienestar y su consecuente regulación suponían un lastre y
un obstáculo.
El desplome del bloque soviético supuso el definitivo
levantamiento del contrapeso que hasta entonces había impedido la hegemonía del
estado democrático capitalista, lo que desencadenó en época de Margaret Thatcher el pistoletazo de salida para el desmantelamiento del Estado
del Bienestar en el Reino Unido en favor de esa economía centrada en la oferta
–o neoliberal, como prefieran llamarla–.
De ahí a nuestros días hemos asistido a episodios de
confusión y reposicionamiento ideológico, incluido el caso de la Alemania de
Gerhard Schröder. Pero como sucede con el desarrollo de la humanidad, es naif
pensar que el crecimiento económico puede ser siempre positivo, por muy virtual
que traten de convertir la economía, pues tarde o temprano el realismo mágico
es incapaz de frenar las limitaciones a la capacidad de producir más bienes al ritmo
requerido. Entonces, cuando se hace evidente que la economía productiva pierde
fuelle para preservar el beneficio el sistema, apoyado en la ingeniería
financiera, sale al rescate de la economía global construyendo una economía
paralela virtual, desmaterializada (si quiere profundizar con mayor detalle en
este proceso le invito a que revise otros artículos de este blog).
Y así llegamos a la Crisis del Euro. Resulta curioso recordar
que el detonante de la crisis financiera global fueron –en primer término– los excesos de
un sistema financiero dejado temerariamente a su libre albedrío que –en
segundo término– ha propiciado una economía global desequilibrada que es
disfuncional en el sentido de que su componente productivo no es capaz de
satisfacer las demandas de los mercados financieros sin la artificiosa generación
de burbujas especulativas pues el inversor ha asumido unas expectativas de
beneficio a las que no quiere renunciar y que sólo le promete la economía
virtual, de apariencia seductora como la flor de una planta carnívora pero
letal como un arma de destrucción masiva que al detonar –en tercer
término– provoca que el sistema
financiero global entre en crisis, extendiéndose el pánico entre los inversores
que acuden al refugio de la deuda soberana causando fuertes desequilibrios
especulativos, pues no hay que perder de vista que toda crisis financiera de
por sí provoca que la economía se ralentice, lo que dispara el déficit fiscal
de los Estados y provoca el aumento de las tasas de interés de
los bonos gubernamentales volviendo más costoso para los Estados mantener su
nivel de deuda, con lo que la Crisis del
Euro está servida.
Ante esta situación en la Eurozona la austeridad y el
control del déficit público son las prioridades de los gobiernos del nuevo
modelo europeo de gobernanza que aplican las recetas neoliberales que sólo
empeoran la situación. Así, la mayoría de los ciudadanos europeos, no sólo los
de la periferia, se han convertido en una suerte de plebe aburguesada –atendiendo a sus hábitos consumistas– pero
decadente –porque ahora tienen que ajustarse el cinturón– e ignorante –lo que explica su apatía– que además
se encuentra altamente endeudada, ha perdido poder adquisitivo, teme por su
puesto de trabajo cuando no lo ha perdido ya, a la que se le explica que ha
estado viviendo por encima de sus posibilidades por lo que ahora les recortan
derechos que creían consolidados pero al mismo tiempo le suben los tributos, en
una suerte de función del disparate a la que asisten con la complacencia del crédulo ignorante.
Dejo al margen de la consideración de plebe aburguesada a los
mayores que vivieron dura y honestamente para darle todo a sus hijos, a los que
siempre el sistema mantuvo marginados así como a las familias trabajadoras más
humildes que siempre han tenido una vida dura sin importarle a muchos de los
que ahora sufren, especialmente merecen mi reconocimiento los inmigrantes que
en los tiempos de bonanza fueron la mano de obra barata que contribuyó a
levantar la economía nacional permitiendo que se enriquecieran muchos que ahora
los denostan para desviar las iras y convertirlos en chivo expiatorio de un
populismo ayuno y zafio que les continua llenando la saca.
Los problemas de la economía virtual los están pagando el
conjunto de ciudadanos comunes y nada se dice de los beneficios financieros que
se capitalizaron durante los años de
especulación y excesos. En tiempos de la burbuja inmobiliaria muchos se
beneficiaron especulando directamente con la compraventa de bienes
revalorizados por el propio impulso de un engranaje especulativo perfectamente engrasado,
pero también otros buscaron enriquecerse especulando con títulos respaldados
por activos tóxicos a sabiendas de su condición pues a ellos mismos se debe el
diseño de semejante engranaje especulativo.
Las ganancias de los bancos alemanes, franceses u holandeses durante
aquellos años no se cuestionan, como tampoco se discuten los altos tipos de
interés que tienen que pagar los Estados a los usureros que especularon con la
deuda soberana causando los desequilibrios que hacen hoy en día insoportable
mantener el nivel de deuda actual de los Estados. A ellos no es aplicable la
reseña que reza “vivieron por encima de
sus posibilidades” ni los efectos de la deflación por deuda. Los derechos
adquiridos por los ciudadanos en cambio si son reducibles y minimizables, a
pesar de que siempre fueron financiados a través de impuestos o incluso
mediante cuotas directas al sistema de provisión en cuestión.
Entre los partidarios de las doctrinas neoliberales no hay
consenso en el papel que puede jugar la inflación en esta crisis. Desde el otro lado del Atlántico resuenan voces que
abogan por aliviar un tanto el dolor de aplicar la medicina neoliberal
inyectando el dinero que se precise al sistema para reducir su nivel de tensión
al tolerable –al fin y al cabo tienen la potestad de crear todo el dinero que
se precise–. Sin embargo, sobre este
particular el actual Bundesbank y la CDU de la canciller Angela Merkel
disienten y abogan porque su “medicina
con sangre entra”.
A pesar de tanta sandez en algún momento la razón se impondrá
a la ignorancia. Cuando eso suceda nos encontraremos ante otro episodio
oscilatorio de la ley del péndulo, principio empírico que evidencia que a una
fase social dominada por una fuerte tendencia en un sentido lateral sigue un
movimiento oscilatorio de fuerza equivalente pero de sentido contrario que
lleva al ser humano a instalarse en el extremo opuesto, y así
sucesivamente. Entonces el péndulo desde
el extremo derecho de las abscisas libertarias en el que nos encontramos
actualmente en Europa dará un bandazo en sentido contrario para oscilar hacia
el extremo izquierdo de las abscisas del estatismo. Este ha sido y continua siendo el sino del
Homo sapiens.
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