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miércoles, 12 de septiembre de 2012

LA CRISIS DEL EURO, EL DESMANTELAMIENTO DEL ESTADO DEL BIENESTAR Y LA LEY DEL PÉNDULO


La especie humana ha recorrido un largo periplo desde la aparición  de los primeros ejemplares de Homo sapiens hace 200.000 años. Con el transcurso de esa inmensidad cabría esperar que la humanidad hubiese alcanzado unas cotas de prosperidad y equidad sociales acordes al nivel de desarrollo logrado en otras facetas.  Sin embargo, basta echar un vistazo al mundo que nos rodea para comprender que eso no ha pasado.

El desarrollo de la humanidad es el resultado de un proceso de construcción y agregación continua de las contribuciones que en cada momento histórico efectúan los individuos al acervo colectivo. Al contrario de lo que se pudiera pensar, el desarrollo de la humanidad no es un proceso de pendiente siempre positiva sino un proceso continuo de cambios que se ajustan bajo un modelo de prueba y error.  El Estado el Bienestar surgió en Europa para corregir los errores cometidos durante la primera mitad del siglo XX. De hecho, la propia noción moderna de “Estado del Bienestar” proviene del término inglés Wellfare State acuñado por William Temple para contraponer las políticas keynesianas al Warfare State de la Alemania Nazi.

 Al concluir la Segunda Guerra Mundial el mundo se dirimía entre dos bloques o modelos de organización social, política y económica: el estado socialista y el estado democrático capitalista. Por entonces los líderes de las potencias occidentales, en buena medida forzados por el peso histórico de una contienda que había causado 50 millones de muertes, estuvieron a la altura de las circunstancias y emprendieron las reformas políticas y sociales que traerían consigo niveles de prosperidad y bienestar nunca antes conocidos por los ciudadanos de sus naciones.  Así se concibieron y se desarrollaron los Estados del Bienestar que actualmente están en fase de desmantelamiento en la Vieja Europa.

Los Estados del Bienestar se desarrollaron en torno a los siguientes pilares básicos: la expansión de la educación pública obligatoria, el desarrollo del catálogo de servicios de la sanidad pública, la protección del trabajo y el reconocimiento de los sindicatos como sus representantes económicos y políticos legítimos, el salario mínimo y la vivienda de protección oficial.  Esta visión no era patrimonio exclusivo de la socialdemocracia sino que gozaba de un amplio consenso social compartido tanto por sectores liberales como demócrata-cristianos, quedando los discrepantes en la excentricidad.  Fue lo que se conoció como el modelo europeo de gobernanza que dio lugar al Tratado de Roma y las Comunidades Europeas.

En paralelo a esta etapa de prosperidad social tuvo lugar un notable desarrollo económico con el florecimiento de una industria de consumo apoyada en avances en los medios de producción y en la publicidad. Tras años de penuria y escasez la producción masiva de bienes de consumo trajo consigo un estado de abundancia y sobreproducción que exigía romper con los usos y costumbres adquiridos por la población.  Aun hoy en día algunos padres dedicamos gran esfuerzo a inculcar en nuestros hijos el cuidado de sus juguetes, libros, ropas y enseres para extender la vida útil de éstos y así aprovecharlos durante más tiempo. Esa costumbre nos fue dada por nuestros padres y a éstos, a su vez, por los suyos como respuesta a un estado de escasez. Por eso a través de un sirimiri de escapismo social en las clases medias y trabajadoras gradual e inconscientemente fueron cuajando usos y costumbres consumistas asimilándose a la burguesía perdiendo por consiguiente su identidad de clase.

A esta maniobra de doma de masas contribuyó el cine pero especialmente  la televisión que al introducirse en cada casa propició, por un lado, la diseminación de un modelo socio-cultural dominante que consigue que el individuo se realice en torno al consumismo más, por otro lado, la difusión de la percepción de riqueza en la población, necesaria para impulsar ese consumismo de usar y tirar. Tal vez ahí encontremos respuesta a la general displicencia del ciudadano moderno, no en vano alguien dijo que la entrada de una televisión en cada hogar permitió a las democracias superar la histórica eficacia de las dictaduras a la hora de controlar al pueblo –ya no resultaba necesario poner un policía con perro tras cada esquina–.

Entonces, con una industria capaz de controlar e impulsar la demanda a través de la publicidad y la institución en el ciudadano del nuevo patrón consumista, con los recuerdos de la guerra desvaneciéndose en los escondrijos de la memoria, no es de extrañar que las élites económicas, políticas y académicas comenzasen a pregonar doctrinas económicas centradas en la oferta y el laissez-faire, para las que el Estado del Bienestar y su consecuente regulación suponían un lastre y un obstáculo. 

El desplome del bloque soviético supuso el definitivo levantamiento del contrapeso que hasta entonces había impedido la hegemonía del estado democrático capitalista, lo que desencadenó en época de Margaret Thatcher el pistoletazo de salida para el desmantelamiento del Estado del Bienestar en el Reino Unido en favor de esa economía centrada en la oferta –o neoliberal, como prefieran llamarla–.

De ahí a nuestros días hemos asistido a episodios de confusión y reposicionamiento ideológico, incluido el caso de la Alemania de Gerhard Schröder. Pero como sucede con el desarrollo de la humanidad, es naif pensar que el crecimiento económico puede ser siempre positivo, por muy virtual que traten de convertir la economía, pues tarde o temprano el realismo mágico es incapaz de frenar las limitaciones a la capacidad de producir más bienes al ritmo requerido. Entonces, cuando se hace evidente que la economía productiva pierde fuelle para preservar el beneficio el sistema, apoyado en la ingeniería financiera, sale al rescate de la economía global construyendo una economía paralela virtual, desmaterializada (si quiere profundizar con mayor detalle en este proceso le invito a que revise otros artículos de este blog).   

Y así llegamos a la Crisis del Euro. Resulta curioso recordar que el detonante de la crisis financiera global fueron –en primer término– los excesos de un sistema financiero dejado temerariamente a su libre albedrío que –en segundo término– ha propiciado una economía global desequilibrada que es disfuncional en el sentido de que su componente productivo no es capaz de satisfacer las demandas de los mercados financieros sin la artificiosa generación de burbujas especulativas pues el inversor ha asumido unas expectativas de beneficio a las que no quiere renunciar y que sólo le promete la economía virtual, de apariencia seductora como la flor de una planta carnívora pero letal como un arma de destrucción masiva que al detonar –en tercer término–  provoca que el sistema financiero global entre en crisis, extendiéndose el pánico entre los inversores que acuden al refugio de la deuda soberana causando fuertes desequilibrios especulativos, pues no hay que perder de vista que toda crisis financiera de por sí provoca que la economía se ralentice, lo que dispara el déficit fiscal de los Estados y provoca el aumento de las tasas de interés de los bonos gubernamentales volviendo más costoso para los Estados mantener su nivel de deuda,  con lo que la Crisis del Euro está servida.

Ante esta situación en la Eurozona la austeridad y el control del déficit público son las prioridades de los gobiernos del nuevo modelo europeo de gobernanza que aplican las recetas neoliberales que sólo empeoran la situación. Así, la mayoría de los ciudadanos europeos, no sólo los de la periferia, se han convertido en una suerte de plebe aburguesada  –atendiendo a sus hábitos consumistas– pero decadente –porque ahora tienen que ajustarse el cinturón–  e ignorante –lo que explica su apatía– que además se encuentra altamente endeudada, ha perdido poder adquisitivo, teme por su puesto de trabajo cuando no lo ha perdido ya, a la que se le explica que ha estado viviendo por encima de sus posibilidades por lo que ahora les recortan derechos que creían consolidados pero al mismo tiempo le suben los tributos, en una suerte de función del disparate a la que asisten con la complacencia del crédulo ignorante.

Dejo al margen de la consideración de plebe aburguesada a los mayores que vivieron dura y honestamente para darle todo a sus hijos, a los que siempre el sistema mantuvo marginados así como a las familias trabajadoras más humildes que siempre han tenido una vida dura sin importarle a muchos de los que ahora sufren, especialmente merecen mi reconocimiento los inmigrantes que en los tiempos de bonanza fueron la mano de obra barata que contribuyó a levantar la economía nacional permitiendo que se enriquecieran muchos que ahora los denostan para desviar las iras y convertirlos en chivo expiatorio de un populismo ayuno y zafio que les continua llenando la saca.

Los problemas de la economía virtual los están pagando el conjunto de ciudadanos comunes y nada se dice de los beneficios financieros que se capitalizaron  durante los años de especulación y excesos. En tiempos de la burbuja inmobiliaria muchos se beneficiaron especulando directamente con la compraventa de bienes revalorizados por el propio impulso de un engranaje especulativo perfectamente engrasado, pero también otros buscaron enriquecerse especulando con títulos respaldados por activos tóxicos a sabiendas de su condición pues a ellos mismos se debe el diseño de semejante engranaje especulativo.  Las ganancias de los bancos alemanes, franceses u holandeses durante aquellos años no se cuestionan, como tampoco se discuten los altos tipos de interés que tienen que pagar los Estados a los usureros que especularon con la deuda soberana causando los desequilibrios que hacen hoy en día insoportable mantener el nivel de deuda actual de los Estados. A ellos no es aplicable la reseña que reza “vivieron por encima de sus posibilidades” ni los efectos de la deflación por deuda. Los derechos adquiridos por los ciudadanos en cambio si son reducibles y minimizables, a pesar de que siempre fueron financiados a través de impuestos o incluso mediante cuotas directas al sistema de provisión en cuestión. 

Entre los partidarios de las doctrinas neoliberales no hay consenso en el papel que puede jugar la inflación en esta crisis.  Desde el otro lado del Atlántico resuenan voces que abogan por aliviar un tanto el dolor de aplicar la medicina neoliberal inyectando el dinero que se precise al sistema para reducir su nivel de tensión al tolerable –al fin y al cabo tienen la potestad de crear todo el dinero que se precise–.  Sin embargo, sobre este particular el actual Bundesbank y la CDU de la canciller Angela Merkel disienten y abogan porque su “medicina con sangre entra”. 

A pesar de tanta sandez en algún momento la razón se impondrá a la ignorancia. Cuando eso suceda nos encontraremos ante otro episodio oscilatorio de la ley del péndulo, principio empírico que evidencia que a una fase social dominada por una fuerte tendencia en un sentido lateral sigue un movimiento oscilatorio de fuerza equivalente pero de sentido contrario que lleva al ser humano a instalarse en el extremo opuesto, y así sucesivamente.  Entonces el péndulo desde el extremo derecho de las abscisas libertarias en el que nos encontramos actualmente en Europa dará un bandazo en sentido contrario para oscilar hacia el extremo izquierdo de las abscisas del estatismo.   Este ha sido y continua siendo el sino del Homo sapiens.

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