El término rescate tiene un uso eufemístico en nuestros días.
Mirando el propio diccionario de la RAE encontramos la acepción humanitaria del
término relativa al efecto de rescatar, en el sentido de liberar. Pero también encontramos en el diccionario la
acepción que asocia el rescate con el dinero con que se rescata o se pide para
ello, por ejemplo, el coste de la liberación en el caso de un secuestro. En ese
caso el rescate tiene una connotación negativa, dolosa.
En inglés se usan distintos
términos para distinguir de qué estamos hablando: por ejemplo, se usa “rescue” para referirnos a la acción y
efecto de liberar, “ransom” para
referirnos al coste de la liberación, por ejemplo, en caso de secuestro, y “bail out” para referirnos al auxilio
financiero, incluido el pago de fianzas. En todos los casos tenemos alguien que está en una situación
comprometida, alguien que puede propiciar la salida de esa situación y alguien
que percibe un beneficio, generalmente, el coste del rescate. Si el que percibe
el beneficio resulta ser el que mismo que provocó el problema estamos ante un
chantaje, una situación injusta y perversa, en definitiva, una golfería.
El rescate que se plantea para la economía española es una gran estafa
de cuello blanco, un chantaje legal a la sociedad perpetrado por los agentes de
la nueva gobernanza europea que sirven a intereses que están en conflicto,
cuando no se contraponen, al interés general y el bien común. Por esa razón, antes de volvernos locos a bendecir el rescate mejor
pensemos sobre el tipo de rescate del que estamos hablando y sus consecuencias.
Rememorando las palabras de Santa Teresa de Jesús: “se derraman más lágrimas por los deseos concedidos que por los no
concedidos”.
Los hechos son que el Estado español se encuentra en una
encrucijada acuciado por el déficit fiscal galopante provocado por la caída de
los ingresos fiscales, el mantenimiento de los gastos más los vencimientos de
la deuda contraída en el pasado, deuda que aumenta año tras año.
La consideración de esa deuda es un asunto importante pues de
evidenciarse que en la generación o agravación del estado de insolvencia hubiera mediado
culpa grave, impericia o ambas cosas por parte de administradores y acreedores
estaríamos ante un caso de contubernio y estafa a los ciudadanos y, por
consiguiente al Estado, por lo que habría que reconsiderar a quien corresponde,
al menos en parte, el pago de tal deuda.
El periodo comprendido desde 1995 hasta 2007 fueron años de alto crecimiento
del PIB español, por encima del 3% de media anual, por lo que el Estado español acumuló superávit
sistemáticos, no exclusivamente a resultas de la gestión procíclica de nuestros
políticos sino por la propia dinámica del crecimiento en el ámbito de la Unión
Europea y su efecto sobre la balanza fiscal del país.
Hoy a nadie se le escapa que la Unión Europea fue mal concebida. Uno de los
problemas centrales radica en que los gobiernos del Euro no pueden emitir la
moneda en la que está denominada su deuda y tampoco pueden pedir prestado
directamente al BCE, por lo que están obligados a generar superávits si quieren
cumplir con el pago de los intereses de
la deuda. Por esta razón el Pacto de
Estabilidad y Crecimiento establece un límite para el déficit fiscal de los
Estados que éstos deben cumplir. Con unas cuentas públicas saneadas
debería ser más fácil reducir la deuda pero también resulta más fácil caer en
la tentación de desplegar políticas de gasto superfluo que incrementan la
deuda, por lo que para cumplir los límites de deuda acordados en el Pacto de Estabilidad y
Crecimiento los Estados necesitan generar si cabe mayores superávits. La Unión Europea fue concebida para que los
Estados miembros estén siempre financieramente cubiertos, utilizando la
terminología Minskyana, lo que implica que siempre deben producir un superávit
fiscal por encima del coste de la deuda. El problema fundamental reside en que
se necesitan tasas de crecimiento altas para mantener la promesa de los
superávit fiscales y esto no es posible “sine
die”.
Cabe preguntarnos si puede haber superávit fiscal en un contexto de
recesión. La experiencia revela que
hasta ahora nunca ha sido posible conciliar superávit y recesión. Entonces,
cabe preguntarse qué pasa cuando en situaciones de recesión los Estados no pueden generar superávits
fiscales.
En esos casos los Estados tienen que
emitir deuda adicional para que sea adquirida por el sector privado
–porque el BCE no tiene el mandato para hacerlo– lo que convierte a los Estados en estructuras Ponzi, siguiendo con la terminología
Minskyana, pues tienen que pedir prestado para pagar los intereses de la deuda
contraída hasta entonces, de modo que la deuda viva inevitablemente aumenta. En la medida en que los periodos de crisis y recesión económica han existido y
existirán siempre y, como la experiencia demuestra, en esas situaciones la
generación de déficit fiscal es inevitable, el sistema prevé que para hacer frente a los pagos los
Estados contraigan con el sector privado créditos que no podrán pagar en tanto no
vuelvan a tener superávits, lo que en la práctica supone dos cosas: en primer
lugar, el sistema planifica que los Estados oculten su situación de insolvencia
y, en segundo lugar, el sistema propicia que los Estados se conviertan en
cautivos del capital que los financia. Si además consideramos el agravante que supone
la aplicación de políticas de austeridad que empeoran el desempeño económico y la aceleración del
deterioro de las cuentas públicas, el contubernio para que el capital
financiero privado se adueñe de los Estados está servido.
Cuando el inversor privado independiente percibe que la insostenibilidad de
las cuentas del Estado no justifica ser «socio capitalista» de ese Estado, lógicamente termina por darle la
espalda a la deuda gubernamental dejando así la subscripción de bonos
gubernamentales en exclusiva para aquellos inversores con intereses en la
economía local, los bancos nacionales. Pero si resulta que el «socio capitalista» que queda
se encuentra también en una situación financiera insostenible el entramado se
desmorona como un castillo de naipes.
En los años del “milagro español” la economía nacional creció por encima de
sus posibilidades reales debido al empuje del sector inmobiliario. Los bancos
españoles crearon fondos de titulización que permitían a los bancos financiarse en
el mercado vendiendo bonos respaldados por créditos hipotecarios con cuyos
intereses se retribuían estos bonos. Estos
instrumentos son la clave del boom pues permitieron a las
entidades obtener liquidez para expandir el crédito entre su clientela
constituyendo un círculo vicioso entre el volumen de créditos (la masa
titulizada) y sus fuentes de financiación.
Estos bonos eran adquiridos en su mayoría por
bancos alemanes, franceses y holandeses –los principales acreedores de la banca
española– que, al tratarse de entidades financieras, conocían perfectamente
cómo empleaba esa liquidez el sistema financiero español. De hecho, a medida que el proceso
burbujístico se desarrollaba estos bancos europeos comenzaron a exigir más
garantías a los bancos españoles que, para proseguir financiando su expansión,
se vieron obligados a emitir cédulas hipotecarias. Las cédulas hipotecarias, a
diferencia de los bonos respaldados por créditos, son activos cubiertos no solo por la
cartera hipotecaria de la emisión sino por toda la cartera, con acceso
privilegiado a la mejor parte del balance del banco emisor, lo que los convierte
en instrumentos de “riesgo bancario mejorado”.
Pero la contracción del crédito en el mercado interbancario debido al
estallido de la crisis subprime trajo consigo dos consecuencias
relevantes: por un lado, la percepción del riesgo exógeno y asimétrico ahuyentó
a los inversores –incluidos los
bancos– de los productos financieros estructurados buscando refugio en la deuda
gubernamental y, por otro lado, la constatación del riesgo endógeno provocó que
los bancos redujeran la producción de préstamos por lo que disminuyó la
masa para titulizar. La importancia del
segundo efecto en España fue tal que el saldo vivo de los bonos de titulización bancarios llegó a caer por
debajo del crédito.
Como los bancos españoles ya no
podían financiarse en el mercado, mientras financiaban en exclusiva a su Tesoro comenzaron a usar la
deuda gubernamental que tenían en cartera como garantía en las subastas de
liquidez del BCE, pero no contentos con eso comenzaron a suscribir ellos mismos
sus propios bonos de titulización usando estas emisiones con el mismo propósito.
Semejante círculo vicioso de doble hélice nos deja con dos estructuras zombies que
avanzan tambaleándose y aguantándose mutuamente.
Al concederse menos créditos la masa
titulizable cayó significativamente al tiempo que la valoración de los activos
hipotecarios se reducía gradualmente, así
que los
bancos trataron de ganar tiempo refinanciando sus vencimientos para retrasar
parte de los vencimientos todo lo que pudieran, llegando en su afán por buscar pasivo a ofrecer
canjes perjudiciales a sus clientes como
fue el caso de las preferentes.
Cuando la situación de los bancos hace insostenible mantener el
ritmo de compra de bonos gubernamentales a un interés asumible para el Estado la
prima de riesgo se descontrola. El BCE,
siempre para proteger a los acreedores de los bancos españoles, promovió inyecciones
de liquidez masiva, hasta un billón de euros al conjunto de bancos europeos, de
los que más del 30% fue a parar a los bancos españoles.
Pero en un contexto económico en continuo deterioro las
inyecciones de liquidez no causaron el efecto balsámico esperado y cuando la
tercera entidad bancaria española, Bankia, se vió obligada a declarar la
necesidad de ayudas millonarias para salvar sus pérdidas se desencadenó el
rescate al sistema financiero. Dicho rescate supone que se va a recapitalizar
directamente a la banca mediante un préstamo de hasta un máximo de 100.000
millones de Euros e incluye la creación de un banco malo que se dedicará a comprar
activos tóxicos para rescatarlos del balance de los bancos. En términos prácticos, este rescate supone que
el Estado se hace garante de un préstamo a fondo perdido para que nuestro
sistema financiero pueda cumplir con sus acreedores -si en julio pasado la consultora Oliver Wyman calculaba hasta un 100% de pérdidas en los créditos con garantía de suelo no urbanizable dos meses después ha rebajado esas pérdidas a tan solo el 37%, en el escenario base, lo que da una idea de cuál es el plan para el banco malo-.
Cuando Hyman Minsky formuló su hipótesis de la inestabilidad de
los mercados financieros, desde el punto de vista financiero clasificó las empresas
como cubiertas, especulativas o Ponzi. Minsky
no mencionó que el propio sistema financiero fuese especulativo o incluso
llegase a ser Ponzi, pero yo no albergo duda de que en el espíritu de su
análisis reside esa eventualidad.
A día de hoy, aún sin materializarse siquiera
el rescate a Bankia, se da por hecho el rescate total para la economía nacional,
arrastrada por tres factores fundamentales:
- Unas estructuras europeas regidas por una nueva gobernanza europea que sirve a las élites financieras planificando el endeudamiento de los Estados poniéndolos en manos de acreedores privados.
- Unos administradores de lo público que hicieron crecer la deuda en tiempos de superávit fiscal.
- Un sistema financiero nacional que creció –y ayudó a crecer a la economía española– en base a un modelo de gran endeudamiento y apalancamiento.
- Un sistema financiero internacional que actuando en beneficio propio financió el brutal apalancamiento del sistema financiero español y, por tanto, de su economía.
Ahora ninguno de estos responsables asume sus excesos y en lugar de proponernos la necesaria reconversión de este sistema político-financiero ha decidido que sean los ciudadanos quienes paguen en última instancia el coste de una salida a esta situación, que por otro lado nunca llega, a través de recortes salariales, aumentos de impuestos y un deterioro de los servicios públicos básicos, salud y educación que las élites no necesitan pues ellos sólo consumen la excelencia y, puesto que son los únicos que se pueden permitir pagarla, logran que esa excelencia que vive de ellos sirva a sus intereses y se afane en ocultar tras baño de oro esta gran estafa.
Los ciudadanos, entre tanto, asisten
ignorantes y crédulos a esta escenificación moderna del timo de la estampita en
la que les prometen liebre cuando en realidad les van a dar ratón con orejeras. Así tratan de convencernos de que «España
va a salir de la crisis siendo un país mucho más eficiente y competitivo, a
costa de una renta por habitante bastante inferior», pero si
llega menos dinero para financiar el sistema público esto inevitablemente
afectará a la protección a la jubilación y no se trata ya de una pérdida de
derechos, sino del desfalco de las cotizaciones aportadas durante los años trabajados
por generaciones de españoles.
En el contexto privado si una empresa quiebra porque no puede hacer
frente a sus deudas surge la necesidad de regular las pérdidas. El concurso de acreedores es un procedimiento
legal ideado para organizar las finanzas del deudor para conseguir que el mayor
número de acreedores cobren lo máximo posible, con independencia de la cuantía
de sus préstamos, de ahí que se diga que el procedimiento protege más a los
débiles, como los trabajadores, postergando especialmente a aquellos que pudieron
tener influencia en la mala situación económica o los que pudiesen beneficiarse
del concurso, por ejemplo, administradores de la sociedad o personas
relacionadas con el deudor. Los intereses de los créditos adeudados se consideran créditos subordinados
y, por tanto, se cobran en último lugar.
Sin embargo, si la insolvencia afecta a un Estado tenemos que tragar con
la socialización de las pérdidas privadas en detrimento de la mayoría de
ciudadanos, para pagar básicamente intereses –el coste de la
deuda en 2012 duplica el de 2009 y ya supera las partidas de gasto de personal
o la cobertura al desempleo– y sin que los
inversores asuman que cuando invertían en deuda del Estado estaban contrayendo
un riesgo de crédito que ellos mismos han contribuido a materializar actuando
en beneficio propio cuando deliberadamente financiaban el brutal apalancamiento
de los bancos españoles y, por tanto, de toda la economía española. Por eso aceptando la situación actual estamos
permitiendo que los usureros se adueñen día a día de nuestra Nación, hasta que un
día comprobemos que ya nos lo arrebataron todo.
El rescate total a la economía española viene propiciado por la
imposibilidad del Estado español a la hora de colocar su deuda en el mercado.
De ahí que la propuesta de que una institución como el BCE compre estos bonos
directamente en el mercado secundario es una buena noticia, pero si además de
pagar por ello un interés financiero que no podremos devolver este rescate
conlleva mayores ajustes que contribuirán a deprimir aún más la economía
española, además de poner de manifiesto que el propósito de toda esta suerte de
gobernantes europeos –incluidos los líderes de los partidos mayoritarios
españoles– no es defender el bien común
ni el bienestar de los ciudadanos, continuaremos
sufriendo los nefastos resultados de una
política económica condenada al fracaso que terminará por hundir en la miseria
a los propios países centrales ahora insolidarios, provocando que la crisis se
extienda hasta los cimientos de todo el sistema político europeo.
Por esa razón los ciudadanos debemos oponernos decididamente al recorte
indiscriminado de los gastos de los que depende la función del Estado de
Bienestar, pues debido a la manifiesta incompetencia de nuestros
administradores los recortes siempre van a más, y como ya dijimos
anteriormente, las élites no necesitan los servicios del Estado de Bienestar ya
que no los usan y encima su avaricia les lleva a ver en el Estado del Bienestar
una oportunidad de negocio perdida.
Los
ciudadanos tienen la obligación de asegurarse de que el único y absoluto
objetivo de su Gobierno sea la conservación del patrimonio de la Nación. De ahí
que la prioridad de España deba ser reducir el desempleo logrando que la
actividad económica no continúe por la senda de la degradación en la que
actualmente se encuentra, aunque para ello algunos acreedores deban quedarse
sin cobrar todo o parte de sus deudas y otros tengan que esperar largo tiempo
para cobrarlas.
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