El Presidente del gobierno español, el Sr. Mariano Rajoy,
recientemente le espetó al jefe del principal partido de la oposición lo
siguiente: “Usted critica que yo intente
bajar los gastos y que intente subir los ingresos. Si no puedo hacerlo, ¿me
puede explicar cómo se reduce el déficit público?. Yo confieso que lo desconozco”.
Esta declaración me ha movido a escribir este artículo pues
en sí misma revela hasta qué punto este gobierno se muestra superado por los
acontecimientos y es incapaz para gestionar esta crisis. Aun admitiendo la
envenenada herencia que recibió del ejecutivo anterior, a este gobierno se le
encomendó la tarea de remontar la difícil situación que atraviesa el país pero
el resultado tras siete meses de gestión lejos de ser halagüeño es desolador
pues durante este tiempo se ha producido un creciente y constante empeoramiento
de la situación general que en buena
medida es atribuible a una acción de gobierno plagada de desatinos y errores
evitables.
Volviendo a la pregunta que plantea el Sr. Rajoy, la
respuesta es aplicando políticas creíbles de crecimiento económico que permitan
mejorar la relación ingresos/gastos del Estado. Veamos cómo podemos hacerlo:
Punto primero: “El
problema más importante del Gobierno es que tiene un déficit de credibilidad
insuperable como consecuencia de que está agotado y sin ideas” (M. Rajoy, en
la oposición).
Las políticas han de ser creíbles para que inspiren
confianza. La política económica desplegada por este gobierno es dogmática –no
existe otro camino–, contradictoria –amnistía fiscal para los defraudadores al
tiempo que incremento de impuestos para las clases trabajadoras y medias– y, lo
que es más importante, está provocando la
caída de la economía, la retracción de los ingresos fiscales y haciendo
imposible el cumplimiento de los objetivos presupuestarios, lo que nos conduce, en una espiral
esquizoide, a un colapso económico.
Como no parece muy sensato esperar que de una política económica restrictiva
resulten efectos expansivos –la austeridad de brocha gorda estrangula la economía– como país no somos capaces de ofrecer una
perspectiva creíble de reactivación económica que infunda confianza y esa es
una condición previa para iniciar la recuperación. Como la realidad es tozuda, a fuerza de
continuos reveses a su política económica la arrogancia y vanidad de algunos
miembros del gobierno han transformado su chulería elitista –"no sé si debería decirlo, pero el que ha
presionado he sido yo, porque quería una línea de crédito para resolver un
problema muy importante y lo hemos resuelto a satisfacción" (M. Rajoy)–
en balbuceante alarmismo sobre la propia solvencia del Estado "en este momento no hay dinero para atender
los servicios públicos" (M. Rajoy)–, todo a fin de
justificar su incapacidad a la hora de levantar el país. Por consiguiente, este
gobierno tendría que comenzar por rebajar su dogmatismo y arrogancia reconociendo
que esta acción de gobierno que nos conduce al abismo tiene alternativa aunque
no sea de su agrado.
Punto segundo: “La
subida del IVA es un disparate en una situación como la que estamos viviendo en
España” (M. Rajoy, en la oposición).
Sólo
la aplicación de una lógica económica ‘ceteris paribus’ puede llevar a pensar que subir impuestos
equivale a incrementar los ingresos y que recortar gastos equivale a reducir el
déficit. En las circunstancias actuales el incremento del IVA no va a suponer
que la recaudación suba pues la cantidad monetaria disponible para el consumo se
está reduciendo. Con una tasa de ahorro de los hogares españoles negativa, puesto que los
ricos lógicamente guardan capacidad de acumulación, necesariamente las clases
trabajadoras y medias por virtud del crédito han tenido que alcanzar niveles de
gasto que superan ampliamente el 110%, de modo que ya no pueden endeudarse para
consumir más. De hecho, cerca de dos millones de familias españolas
tienen todos sus miembros desempleados y muchos hogares se encuentran sin
cobertura económica al haber agotado las prestaciones públicas. Por
consiguiente, con el
consumidor sin ahorros y cautivo por las deudas ya contraídas, de no poner remedio estamos avocados a una
caída libre del consumo –el comercio lleva acumulados veintitantos meses consecutivos
de descensos–.
Las
políticas de austeridad simplonas terminan siendo perniciosas provocando un
efecto contrario al pretendido. Pensemos en el caso de los políticos y el gasto
que genera su ejercicio público. Desde una óptica netamente populista alguien
podría proponer recortar sus salarios. Sin embargo, este planteamiento resulta
contraproducente pues obvia que el problema de fondo de la clase política no es
su alto coste sino la paupérrima relación coste/beneficio que brinda a la
sociedad debido a la proliferación de la mediocridad, tanto desde el punto de
vista de la aptitud (ineficacia institucional) como desde el punto de vista de
la actitud (corrupción). Por ello, el
número de cargos políticos en la estructura del Estado se debería reducir al
óptimo necesario para el correcto funcionamiento del Estado pero una reducción
del salario de los cargos públicos por debajo del nivel de eficiencia incentivaría
la mediocridad en sus dos dimensiones: ineficacia y corrupción, por lo que el saldo
final nos saldrá más caro. A la función
pública deberían dedicarse sólo algunos de los mejores miembros de nuestra
sociedad pues de otro modo seguiremos manteniendo a costa del erario público a
sujetos mediocres como la torpe y necia diputada del partido del gobierno que,
justamente tras el
anuncio de recortes en la prestación para los desempleados, tuvo la ocurrencia
de soltar un “que se jodan” desencadenando una combustión social.
Punto tercero: “A lo largo de la historia ninguna gran
economía ha salido de una crisis con austeridad” (J. Stiglitz)
El dogmatismo
ideológico de este gobierno les lleva a negar la evidencia de que una fuerte
contracción fiscal para reducir el déficit y la deuda va a aumentar la
recesión, reduciendo los ingresos netos fiscales y causando que el déficit y la
deuda crezcan en porcentaje del PIB. Para remontar esta situación las
políticas económicas deben alentar el crecimiento económico pues sin
crecimiento, ¿cómo cabe esperar que los inversores en un contexto de recesión confíen
en que un Estado que emite deuda a un interés altísimo pueda devolver el
capital más los intereses?, ¿acaso piensan devolver la deuda con clases
magistrales de economía del ministro Montoro?
La economía tiene dos motores: el público y el privado, y si el
motor privado no funciona porque se está
desapalancando y percibe un
largo periodo de caída de la demanda
la inversión pública productiva tendrá que ponerse al frente para estimular la economía pues de otro
modo el nivel de desempleo continuará siendo alto y persistente. Recordando la Gran Depresión, el Ecomomic Act comprendía,
además de un presupuesto corriente restrictivo, un presupuesto extraordinario
de emergencia que autorizaba un incremento del
déficit como condición necesaria
para salvar la depresión. Muchos economistas tradicionales argumentaron contra
el incremento del déficit que la inversión del gobierno desplazaría la
inversión privada y el gasto por lo que no tendría ningún efecto sobre la
economía, un planteamiento que ha sido desmentido por la evidencia pues está
demostrado que la inversión pública a través de su efecto multiplicador puede
conseguir el estímulo económico necesario para superar la recesión. Por descontado, la inversión pública productiva
es una cosa y el gasto es otra. Por ello esto no es óbice para que se apliquen medidas de austeridad tendentes
a disminuir el gasto corriente y la inversión cosmética cara a la gradería, pero
nunca la inversión pública productiva pues de hacerlo, como diría Keynes, en el
largo plazo todos acabaremos muertos.
Punto cuarto: “La economía española está en una depresión
causada por Merkel y Draghi”. (J. Stiglitz)
El gobierno se equivoca en el diagnóstico al confundir causas
con consecuencias –“no hay dinero porque hemos gastado muchísimo
en estos últimos años” (M. Rajoy)–.
Hasta el estallido de la crisis financiera de 2008 la deuda pública
española se había reducido gradualmente a pesar de la acumulación durante varios años de
diferenciales de inflación por encima de la media europea y un galopante
déficit exterior que fue financiado mientras la burbuja inmobiliaria
propiciaba una incesante venta de cédulas hipotecarias, mayoritariamente a bancos
alemanes, franceses y
holandeses. Al estallar la burbuja inmobiliaria en
EE.UU. se desató la desconfianza de los prestamistas exteriores en la
recuperación de sus inversiones
en España lo que provocó la pérdida de la principal fuente
de financiación exterior
y la contracción de la economía española,
que al ralentizarse indujo la caída de los ingresos públicos y un incremento del
déficit fiscal del Estado.
Aun en esas condiciones los mercados no estaban necesariamente alarmados por
prestar más dinero a España pero con una Alemania cómoda beneficiándose
diariamente del nulo coste de su deuda y su superávit por cuenta corriente, la
Troika que constituyen la Comisión Europea, el BCE y el FMI, aprovechando
primero la incompetencia del gobierno social-neoliberal de Zapatero y después
el ‘espíritu reformista’ del gobierno neoconservador de Rajoy –que en su línea
eufemística llama reformar a lo que es recortar–, ha encontrado en la presión
especulativa sobre la deuda pública española la oportunidad para forzar cambios
políticos en el Sur con los que el pueblo español nunca estaría de acuerdo. Con
lo que no contaban es con que la dosis de medicamento administrada al paciente
se les fuera de las manos y en el curso de una prueba rutinaria a su sistema financiero (contabilizaron su
valoración a precios de mercado) se encontrara que el paciente estaba ya muy
malito (de tener un problema de liquidez había pasado a tener un peliagudo
problema de solvencia).
La cantidad de dinero que los bancos españoles han
prestado equivale al 170% del PIB español y la exposición internacional supera
ampliamente el billón de euros por lo que el gobierno español ha sido
amablemente invitado a hacerse garante del sistema financiero y en un contexto
de recesión avalar a quien se ha quedado con un patrimonio negativo
precisamente no favorece la reputación de tu solvencia por lo que te haces
acreedor a que las malignas agencias de rating degraden tu calificación crediticia.
Hasta tal punto se les ha ido de la mano la situación
al club de la Troika y sus compinches patriotas que ahora se encuentran con que
la deuda pública española ya no vale nada, pues eso es lo que significa que la
prima de riesgo esté por encima de los 600 puntos básicos dado que el interés
del bono en el mercado está inversamente ligado a su valor. Esa es la razón Sr. Rajoy de que el Estado no
tenga dinero, yo ingenuamente se lo explico a usted.
Punto quinto: “¿Medidas
para crear empleo?... Me ha pasado una cosa verdaderamente notable, lo he
escrito pero no entiendo mi letra” (M. Rajoy, CANDIDatO a Presidente)
Obviamente el Sr. Rajoy no termina de reconocer que el
problema de España se llama desempleo pues empleo y crecimiento son dos caras
de la misma moneda. Conviene no
perder de vista que España tiene una población de 47 millones de habitantes de
los que sólo 17 millones tienen trabajo.
Si en abril de 2007 España tenía una tasa de
desempleo de tan sólo el 7,9%, en 2012 esta tasa ha alcanzado un 24,4 %, nivel
que se sitúa por encima de la peor tasa de desempleo de EE.UU. durante la Gran
Depresión. Y si
hablamos del desempleo juvenil, entonces yo también balbucearía como el Sr.
Rajoy (aunque en este caso yo no soy el candidato que va a ser Presidente). Al
final se rehízo y explicó su receta: “crear empleo es animar la inversión”. Le
faltó puntualizar la inversión privada. ¡Joder, si lo sabe que se aplique el
cuento!.
Punto sexto: “Esta
crisis no la deben pagar los de siempre” (el que suscribe)
Resulta de un cinismo insoportable que precisamente el
gobierno del mismo país que tras la Segunda Guerra Mundial pudo recuperar su
economía gracias a la masiva condonación de su deuda y a inyecciones de dinero
a mansalva sea el que ahora predique exactamente lo contrario para sus vecinos
del sur. No obstante, encuentro cierto consuelo al escuchar que desde Alemania
proponen la idea más audaz para solucionar la crisis: obligar a los ricos
españoles, tan identificados con el patriotismo, a que compren deuda de
España. Y es que en un mundo en el que
las relaciones interpersonales están dominadas por un individualismo atroz el
rico alemán puede resultar un lobo para el
rico español: "Precisamente en los
países en crisis son ese tipo de instrumentos una opción razonable para que las
fortunas privadas, en parte muy concentradas, hagan su aportación a la
refinanciación del Estado".
Precisamente
en los momentos de crisis es cuando se hacen más necesarias las medidas de
cohesión social. Sin embargo, como la clase política española adolece de
capital político nos gobierna la tecnocracia financiera del club de la Troika que
marca las políticas en términos de coste presupuestario y presión fiscal sin
tener en cuenta las necesidades de los ciudadanos, sus derechos y sus
obligaciones, porque cuando uno no es la víctima resulta muy fácil racionalizar
y justificar la injusticia, la desigualdad o la barbaridad llegando incluso a
sancionarlas en leyes. Así, la reforma laboral en términos generales ha servido
para preservar el beneficio de las empresas pero a costa de una sangrante destrucción
de empleo y recortes de salarios con la consiguiente destrucción del poder
adquisitivo de las clases trabajadoras y medias.
Siquiera ha permitido recuperar el empleo aunque fuese a través de salarios más
precarios pues sin una perspectiva de reactivación del consumo el desempleo no
se rebajará. La reducción de la
cobertura a los desempleados y los dependientes, los recortes sociales a los
funcionarios y la constante desvalorización de su labor son otros ejemplos de
la clase de justicia que dispensa este gobierno. Pero sobre todo lo que revela
el nivel de indecencia en el que se ha instalado tanto el gobierno como la
parte de la sociedad que tolera y justifica tal medida, es la amnistía fiscal,
al margen de lo indigno que resulta para los que cumplimos escrupulosamente con
nuestras obligaciones tributarias o del fracaso que está suponiendo en términos
de los objetivos recaudatorios, tiene un trasfondo moral deplorable al “abrir una puerta peligrosa a la legalización
de dinero en efectivo ilícito”.
En lugar de luchar contra el gran fraude fiscal, ante esta crisis se
nos receta un progresivo retroceso en nuestras conquistas sociales que tiene
por objeto el paulatino desmantelamiento del estado del bienestar y encima nos
dicen que todo es por nuestro bien. Por este camino, si sigue prevaleciendo la
ineptitud de nuestros líderes políticos entonces llegaremos al punto en que la
protección social y la protección al desempleado caerán muy por debajo de las
necesidades sociales y todo el auxilio de los pobres pasará a ser
responsabilidad de las familias y las entidades privadas de caridad. Para
entonces la crisis habrá devastado el país porque el Estado prefirió promover un
rescate para salvaguardar a los acreedores del sistema financiero español. Con
todo, basta que una parte suficiente de españoles tengan un coeficiente
intelectual superior a noventa para que se ponga en cuestión el consenso sobre
el predominio de estas clases dominantes y el poder político actual haciéndoles
saber que no tienen elección, que si el planteamiento inteligente de vivir bien
y extender una parte de la prosperidad a los demás deja paso a las operaciones libertarias
sin control, aun bañadas en oro para enmascarar un individualismo feroz, nos
avocan a la anarquía poniendo en riesgo su sistema político. Hasta que las conciencias de esas élites
financieras no estén suficientemente socializadas de modo que sus grandes
influencias funcionen bajo motivaciones apropiadas al interés público, el
avance de la reacción ciudadana contra este nuevo capitalismo dickensiano es
inevitable. A razón de esto me viene el pensamiento de Joseph P. Kennedy Sr. quien,
a propósito de la Gran Depresión, admitió lo siguiente: “en aquellos días sentí y dije que cedería la mitad de mi fortuna si con
ello bajo la ley y el orden pudiese asegurar la otra mitad”.
Punto séptimo: “Tiene que
haber una forma de darle la vuelta a esta hipocresía. El crecimiento de una
nación no puede ser conseguido a costa de oprimir a los oprimidos” (Mick Hucknail)
Uno de los factores que están en el origen de la
desvalorización del capital político es la confusión ideológica cuyo germen
data de los años setenta y del que hablaré en otro post. Así en nuestros días
se ha impuesto un pensamiento único que comparten los partidos pro-sistema ya
sean nominalmente socialdemócratas o conservadores. Si hace unos años el
expresidente Zapatero decía que bajar impuestos era de izquierdas
contradiciendo la lógica del progresismo fiscal, ahora el gobierno de derechas
de Rajoy sube los impuestos contraviniendo la doctrina del conservadurismo
fiscal. Las ideologías son abandonadas en pro de un consenso sobre el que se asienta el predominio de las clases
dominantes y el poder político actual, y sólo se diferencian por matices de carácter cosmético o
accesorio. Para salvar la actual crisis hemos
de poner en valor la ideología. Simply Red fue una excelente banda musical británica
de Pop&Soul que cosechó grandes éxitos desde mediados de la década de los
ochenta. Lo que muchos no conocen es el
activismo de su vocalista y líder, Mick Hucknail. Uno de sus mejores temas es ‘Turn It Up’, de
su álbum ‘A New Flame’, cuya letra
contiene un evidente compromiso ideológico cuya vigencia quiero reivindicar.
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