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domingo, 20 de mayo de 2012

EL PAPEL DEL SISTEMA FINANCIERO EN LA CRISIS ECONÓMICA GLOBAL


Las políticas neo-liberales de alcance global que se han desplegado en el mundo occidental durante los últimos 30 años han supuesto un giro de poder hacia el capital financiero. El continuo suministro de dinero, la desregulación y los mecanismos de innovación financiera han  propiciado el desproporcionado crecimiento del sistema financiero y que un 1% de la población mundial acumule una riqueza equivalente a la del 90% de menores ingresos, de modo que ese 1% impone, a través de su capital e inversiones, la política económica de los gobiernos. La actual crisis económica global es la expresión del colapso causado por ese giro de poder. 

Ya hemos insistido aquí en que el interés particular es legítimo, motor de la iniciativa, la laboriosidad y el ahorro, valores esenciales para el desarrollo de la humanidad. Incluso, el interés particular bien entendido es relevante para la consecución del bien común porque está ligado al respeto a uno mismo, que es de donde nace el respeto al otro. Pero cuando la estrechez del interés particular desemboca en una ambición ilimitada de ganancias y un afán de acumulación desconectado de la necesidad y la sostenibilidad, la inercia del excedente de capital, que se dedica sistemáticamente a fines especulativos en lugar de dedicarlo a fines productivos, provoca que la economía ficticia adquiera una dimensión desproporcionada respecto a la economía productiva, que es la base de la economía real.

El verdadero crecimiento de la economía se sustenta  en la producción de riqueza real. La fuente fundamental de la riqueza de la economía productiva es el trabajo y el conocimiento humano que transforma los recursos finitos que ofrece la naturaleza para crear esa riqueza real, tanto material como intangible. Aunque la actividad formal de traspaso de una posesión o propiedad real no cree riqueza real por sí misma, sí dará lugar a la aparición de servicios alrededor de la propia relación social que, sin ser productivos, la volverán más eficaz y proporcionarán ganancias, por lo que tales servicios también contribuyen al crecimiento real de la economía.

Ahora bien, la economía especulativa es un ente parasitario pues por definición el especulador ni crea bienes o servicios ni los consume, sólo intermedia comprando barato para vender caro o vendiendo caro para recomprar barato. Ese parasitarismo no tiene necesariamente que brindar resultados perversos para la economía real pues en su justa proporción resulta simbiótico al conferir fluidez y previsibilidad a la economía real. Pero cuando la relación entre la economía real y la economía especulativa se desarmoniza y la economía real carece de bases con las que sustentar las siempre crecientes demandas de la ávida economía especulativa, esa última termina por colapsarse hundiendo la propia economía real.

Para comprender la dinámica del proceso de acumulación especulativo vamos a detenernos en primer lugar en la figura del dinero, que en nuestra sociedad no sólo juega un papel como medio de intercambio aceptado para el pago de bienes, servicios u obligaciones, sino que se ha constituido en una forma singular de propiedad que se rige por leyes distintas de aquellas propias de las formas de propiedad tradicionales, cuya oferta es fija o está limitada por condicionantes físicos, pues de facto el dinero es creado a voluntad por los bancos.

En nuestro entorno el intercambio se realiza esencialmente mediante el uso del dinero electrónico, que no deja de ser un mero asiento informático, y como quiera que el Estado ha otorgado la facultad a las instituciones bancarias de crear sus propios medios de pago y conceder crédito, la realidad es que los bancos tienen el control total sobre la creación de dinero. 

Fijémonos en las tarjetas de crédito, distribuidas a mansalva por los bancos para, en principio, hacer crecer la economía a través del gasto del consumidor. Sin embargo, son distribuidas a sabiendas de que un porcentaje elevado de tenedores de tarjetas de crédito nunca podrán pagar su deuda, precisamente porque este riesgo les resulta beneficioso desde dos puntos de vista: de una parte, se consigue capturar todo el intercambio comercial y dinerario haciendo crecer el uso del dinero electrónico, su preponderancia en la economía y, por consiguiente, la hegemonía de quien lo controla; de otra parte, se consigue capturar una gran masa de tarjeta-habientes atrapados para siempre cuyo consumo entraña un riesgo limitado por la disponibilidad máxima de crédito, estableciendo además elevados tipos de interés que harán muy difícil que puedan devolver el principal y cancelar la deuda, es decir, trabajarán toda su vida para pagar la deuda contraída al hacer uso de la tarjeta de crédito convirtiéndose en genuinos esclavos contemporáneos.

Puesto que el sistema de pagos es una red escalonada donde el banco central es la cima, el desarrollo del dinero electrónico ha permitido fortalecer el poder hegemónico del sistema bancario, lo que potencialmente le permite controlar la creación de dinero sin límite alguno pues el Estado, como garante del sistema de pagos, está obligado a compensar las pérdidas aunque para ello deba endeudarse.


Los bancos no se dedican a invertir el dinero en actividades productivas sino que comercian con él prestándolo a cambio de ese mismo dinero más un interés al cabo de un tiempo. Los beneficios del banco vienen del volumen de créditos que concede y del tipo de interés que recibe por ello, de modo que el principal riesgo que encara es el impago, que está latente durante todo el ciclo de vida del producto crediticio. La ingeniería financiera analiza los perfiles de riesgo de las entidades financieras para, bien “reemplazar el riesgo por certeza”, bien “sustituir el riesgo perjudicial dejando solamente el riesgo beneficioso”. Es decir, a través de sus innovaciones la ingeniería financiera reestructura el sistema financiero existente para obtener otro más atractivo en el que el riesgo o bien no existe o bien ha sido sustituido por certeza.

Por supuesto, creer en la erradicación del riesgo no deja de ser cuestión de fe, pero si se asume que el riesgo desaparece entonces con él lo habrá hecho también la necesidad de capital pues sin riesgo no hace falta el capital ya que éste se puede pedir prestado con la certeza de que será devuelto, así que no es de extrañar que la expansión especulativa se haya desarrollado a costa de un crecimiento descomunal de la deuda.

En condiciones de revaloración de activos los ávidos inversores en su afán de acumular más beneficios, puesto que ahora la misma garantía les permite acceder a mayores niveles de crédito y las agencias de rating  –que se supone están para velar por la seguridad de los inversores– les dicen que sus inversiones no entrañan riesgo, no dudan en recurrir al endeudamiento agresivo. 

Como el crédito  supone “el cambio de una riqueza presente por una riqueza futura”, el riesgo proviene de la incertidumbre presente durante todo el tiempo de vida del crédito de si el prestatario devolverá o no al banco el capital prestado más los intereses. Cuanto mayor es el plazo mayor será el riesgo de impago. Si se consigue cobrar todo al principio del ciclo de vida del préstamo se reemplaza riesgo por certeza. Puesto que el derecho del banco a percibir el principal más el interés está representando por un título, el crédito se convierte en una forma de propiedad que el banco puede comercializar y vender a terceros. De esta manera el banco transforma el crédito a largo plazo en liquidez, lo saca de su balance y traspasa todo el riesgo perjudicial a un tercero.

Resultado de tal conflicto de intereses se fue configurando un sistema que asignaba los recursos no para financiar los proyectos productivos viables sino a fin de reproducir su propio ciclo de acumulación dedicando los recursos a la financiación de proyectos aventureros que aceptasen la contrapartida de un alto interés. Ese era el objetivo del bonus que recibe el gestor financiero a modo de incentivo. Como los beneficios del banco provienen del volumen de créditos que concede, el resultado es una explosión del crédito en la que los recursos se invierten sistemáticamente en proyectos inviables. Puesto que el cliente juicioso no abordará un proyecto que implique altos costes de financiación, se forma así un círculo vicioso por el que el banco desestima las actividades generadoras de valor y el prestatario se ve incitado a asumir mayores riesgos buscando proyectos de mayor retorno, por consiguiente más arriesgados, para satisfacer el creciente tipo de interés. 

Cuando un inversor invierte en créditos titulizados está actuando como un asegurador de la actividad financiera del banco pues asume todo el riesgo perjudicial. Lógicamente para convencer a los inversores los bancos necesitan enmascarar el riesgo que asumen. Surge entonces la ingeniería financiera para idear la securitización, esto es,  el diseño de instrumentos financieros (bonos de renta fija o variable, denominados securities, de ahí su nombre) respaldados por activos crediticios de distinta naturaleza (hipotecas, préstamos personales, facturas y cheques de pago diferido, pagarés, leasing, tarjetas de crédito, etc.) que se combinan a fin de amortiguar el riesgo neto y se transfieren en fideicomiso a un emisor que emite certificados de participación que son colocados entre los inversores. Desde esta perspectiva la ingeniería financiera es un condicionante emergente que alteró dinámicamente la naturaleza del sistema financiero determinando el proceso de acumulación capitalista. 

Sin embargo, la gestión del riesgo en el ámbito financiero tiene una limitación conceptual gravísima que afecta a su parte más importante, la transferencia del riesgo.  Si bien a nivel individual la transferencia del riesgo puede tener sentido, carece de él a nivel global pues cuando un ente traspasa el riesgo éste no desaparece, sólo cambia de manos, así que si el riesgo persiste y ha adquirido una dimensión tal que puede hundir el sistema en conjunto, el ente individual tampoco se salvará.  Por esta razón, si la transferencia del riesgo representa una oportunidad de negocio que el sistema explota hasta su máxima expresión, el paso de un sistema depredador a uno autodestructivo es cuestión de tiempo.  

Además de un instrumento para enmascarar el riesgo, los derivados financieros ofrecen a las entidades financieras sujetas a exigencias de capital y otras restricciones la posibilidad de aumentar su capital prestable.   La complejidad de estos productos financieros hace que su evaluación y regulación resulte muy complicada. De hecho, de acuerdo a Hyman Minsky estas innovaciones surgen cuando los banqueros desean expandir el crédito y el banco central se lo impide.    

La desregulación ha jugado un papel fundamental a la hora de permitir que los derivados se hayan convertido en  armas financieras de destrucción masiva, pues su desproporcionada magnitud es consecuencia de que se comercialicen en mercados desregulados (over the counter), sin escritura pública, opacos si no directamente fuera de control. Como quiera que las entidades financieras del mundo se relacionan unas con otras constituyendo un sistema financiero internacional fuertemente interrelacionado, el mercado financiero se ha transformado en un gran castillo de naipes construido sobre activos ficticios que en alguna recóndita parte esconden un activo real cuyo valor sólo respalda una fracción del valor contable de los activos ficticios que se sustentan alrededor de él.

Un ejemplo de estos sofisticados productos ficticios son los Collateralized Debt Obligations (CDO), que pueden no tener un grupo de hipotecas detrás que los respalde. Mientras el número de titulizaciones o cédulas hipotecarias es limitado (depende de las hipotecas que existan) el número de CDO es potencialmente ilimitado (puede haber varios CDO que basen sus pérdidas y ganancias en un mismo conjunto de hipotecas), de modo que las potenciales pérdidas serán indeterminadas.

Otro ejemplo de producto derivado financiero son los Credit Default Swaps (CDS), unos productos sintéticos asociados a la gestión del riesgo. Una institución financiera puede protegerse de sus riesgos potenciales y dificultades de su catálogo de activos comprando CDS que actúan a modo de póliza de seguros. De este modo la institución puede creer que erradica el riesgo pero, como ya comentamos con anterioridad, puesto que en un juego de suma cero para que unos ganen otros necesariamente tienen que perder, la transferencia del riesgo sólo funciona a nivel local pero no a nivel global. ¿Qué pasaría si se permitiera que un extraño pudiese asegurar su casa para hacerse beneficiario de la póliza en caso de incendio?. Rodeados como estamos de comportamientos psicopáticos no sería sensato, pero la realidad es que los CDS constituyen con mucho el mayor mercado de productos financieros sintéticos. Como los CDS permiten tornar ganancias en mercados a la baja de activos que no se poseen, permiten enriquecerse apostando por los impagos y quiebras de otros. A oportunidades de negocio de esta clase es lo que la ciencia lúgubre denomina riesgo beneficioso. Los riesgos representan inminencia de daño, así que el riesgo beneficioso simboliza el beneficio particular que reporta la inminencia del daño ajeno. Desde la lógica del utilitarismo racional el aprovechamiento del riesgo beneficioso en el caso de la industria financiera es de una lucidez maquiavélica, pero con el inconveniente de que los CDS dan rienda suelta al instinto autodestructivo del sistema.

Otra de las cuestiones más nocivas que ha acentuado el potencial destructivo de los colapsos bancarios fue la derogación en tiempos de la jefatura de Bill Clinton de las restricciones legislativas que se promovieron en EE.UU. tras la Gran Depresión precisamente para proteger a los inversores, legislaciones que separaban el negocio de los depósitos bancarios del negocio de la banca de casino. Cuando se permitió que la propiedad de la banca de depósitos estadounidense pasara a manos de la banca de inversión y las firmas de correduría de bolsa, se abrió la puerta a dos peligros:

Por un lado, al mezclar el negocio de la banca financiera con el de la banca de los depósitos la banca de inversión ni siquiera tendría que arriesgar su propio dinero pues podría aprovechar la base monetaria del cliente depositante y del mercado interbancario internacional. 

Por otro lado,  podrían constituirse auténticos mastodontes financieros que valiéndose del inmenso riesgo que  su insolvencia representaría para los Estados, se volverían «demasiado grandes para dejarlos caer».

La ruptura del enlace entre el interés del gestor financiero y el inversor, ya sea individual o la sociedad en su conjunto, es fundamental para comprender por qué  las instituciones bancarias administran el valor y el capital financiero no se asigna adecuadamente a los sectores productivos provocando desequilibrios que cristalizan en la formación de burbujas especulativas (las puntocom, la inmobiliaria, la financiera). Como los bancos controlan el financiamiento terminan por imponer su lógica sobre la economía y la regulación gubernamental.  En su Hipótesis de la Inestabilidad Financiera Hyman Minsky nos advertía que cuando el mercado de crédito deriva desde la inversión productiva a la especulativa, la crisis se torna inevitable. El sistema financiero busca exclusivamente la materialización de sus propias ganancias y no la rentabilidad que obtiene la sociedad, que en último término es la inversora. El alto grado de apalancamiento sistemático de las burbujas especulativas y la dimensión del mercado de derivados, que es de al menos 20 veces el PIB mundial, sugiere el nivel de responsabilidad directo que tienen las instituciones financieras en la formación de estas burbujas, la explosión de la deuda y la presente crisis económica global.

Como el capital ficticio realiza ganancias ficticias que solo pueden ser hechas reales a nivel individual pero jamás en su totalidad, resulta inevitable la evaporación de masas de capital ficticio (en forma de quiebras y bancarrotas). El estallido en 2008 de la burbuja de las hipotecas subprime en EE.UU. provocó la quiebra de algunos grandes entes bancarios, lo que provocó a su vez una crisis de confianza tal que secó el mercado interbancario por temor a una reacción en cadena. Si el mercado interbancario se cierra los bancos no pueden pedir prestado a otros bancos para cubrir necesidades puntuales de liquidez, de modo que su solvencia depende de las inyecciones de liquidez de los Estados. Con el salvamento de octubre de 2008 el sistema bancario norteamericano se reestructuró y recapitalizó a costa del contribuyente, como está sucediendo ahora mismo en España, pero puesto que no se resolvió su fragilidad sistémica, el sistema financiero internacional continua siendo un castillo de naipes que se tambalea y se viene abajo cuando un elemento de relevancia sistémica (ya sea un banco, un país o una aseguradora) entra en quiebra.

Los bancos siempre podrían compensar parte de estas pérdidas vendiendo sus activos, pero esto probablemente transformaría un problema de flujos en uno de stocks con los consiguientes efectos sobre el propio sistema bancario y el precio de los activos, lo que aceleraría el desmoronamiento del castillo de naipes.  Sin embargo, no pueden evitar que la economía sin el impulso de las burbujas desvista sus vergüenzas y deje de atraer financiación desencadenándose el proceso de deflación por deuda en el que ya estamos inmersos. La deflación por deuda es un proceso de corrección no planificado, forzado por las circunstancias. Las empresas otrora cubiertas y los propios bancos eventualmente se convierten en empresas financieramente imprevisibles,  lo que explica que a pesar de la continua, ingente y sin precedentes inyección de dinero al sistema financiero por parte de los bancos centrales y el carry trade que les permite prestar a su vez parte de ese dinero a los Estados a un interés muy superior, el dinero continúe sin fluir hacia la economía productiva en forma de crédito, pues los bancos depositan toda su liquidez en la facilidad de depósito del banco central de turno para hacer frente a sus obligaciones inmediatas, obligaciones que provienen de la financiación que se obtuvo en el pasado a cambio de una riqueza que se tuvo y con la que se contaba pero que ya no se tiene.

Lo cierto es que la verdadera situación del sistema bancario internacional no la conoce nadie. Sin embargo, el hecho de que el sistema bancario se haya convertido en un saco sin fondo y la economía que depende de él no vea la luz del final del túnel puede ser indicativo de que estamos ante un gran esquema de Ponzi que no se derrumba porque se le suministra oxígeno sin término en forma de dinero. Tal vez sea significativo que recientemente se haya despertado el interés por la problemática de los bancos centrales pues el hecho de que estos bancos acumulen pérdidas y vean evaporarse su capital hasta hace bien poco se suponía exclusivo de repúblicas bananeras. 

En virtud de lo expuesto el papel de los Estados en la crisis es cuestionable, ya que en lugar de evitar próximas crisis y promover el proceso productivo emprenden una huida hacia adelante que no resuelve los problemas de fondo y lo lega todo a la contención del déficit público y las políticas de austeridad para reservar la capacidad del Estado como garante de una actividad bancaria rechazable. Al promover grandes rescates para resolver los problemas de solvencia y quiebras bancarias se consigue que el riesgo moral del sector financiero se materialice en el retorno a las prácticas que causaron los males, lo que explica el hecho de que desde su comienzo la crisis financiera no haya hecho sino empeorar porque la industria financiera no ha recibido escarmiento. Por otro lado, cuando hay deuda ésta se financia y se paga con el crecimiento pues sin crecimiento no hay confianza y sin confianza no hay financiamiento. Como el recrudecimiento de la crisis contrae la economía, el déficit fiscal se incrementa y las tasas de interés de los bonos gubernamentales se elevan, se vuelve más costoso para los gobiernos mantener el nivel de deuda  y los Estados se avocan a la bancarrota. 

En estos días se quiere hacer ver que la deuda soberana y el gasto público son el problema central de la economía cuando el verdadero problema reside en las pérdidas de un sistema financiero que en los años de bonanza ganó pingues beneficios financiando no los sectores económicos estratégicos sino los que resultaban especulativamente más rentables. Por esa razón los mismos que antes ganaron son los que pretenden que ahora otros paguen la factura, lo que explica la paradoja de que las mismas medicinas que provocaron los males (libre circulación de capitales, desregulación, liberalización, privatizaciones, cuestionamiento de políticas de gasto social) se vuelvan a recetar como remedio para salir de la crisis, pues nuestra ignorancia, tal y como sucede con el dinero, es fabricada a voluntad.


El dinero electrónico es clave para comprender la primacía de los bancos en nuestra sociedad pues posibilita que estas instituciones en la práctica controlen la creación de dinero sin límite alguno. Como el dinero permite que la riqueza real cambie de manos, es un instrumento de poder y control del capital para monopolizar la administración del valor en la sociedad.  Por esa razón voces de la industria financiera cargadas de cinismo no tienen  reparo en recetar como solución para la crisis la desaparición del dinero físico. Thomas Jefferson ya advirtió con lucidez a los americanos: «Creo que las instituciones bancarias son más peligrosas que los ejércitos alzados… Si los americanos algún día consienten que bancos privados controlen la emisión de moneda… los bancos y las corporaciones que surjan a su alrededor les arrebatarán a la gente sus propiedades hasta que sus hijos se despierten sin techo en el continente que sus padres conquistaron».

Es por ello que la gran amenaza al neoliberalismo proviene de la Democracia, que frente al principio de buen gobierno societario –una acción, un voto– contrapone el principio de buen gobierno democrático –un hombre, un voto–, lo que permitirá inclinar la balanza hacia un gobierno que establezca límites a la acumulación de capital ficticio, el quid de la cuestión. Resulta cuanto menos curioso que cuando en nuestra sociedad hay leyes para combatir todo tipo de monopolios, a nuestros legisladores precisamente se les olvidó regular el monopolio del capital, y ahora los propios gobiernos democráticos son rehenes del omnímodo poder de los mercados.   Por esta razón, para librarnos del yugo de los mercados, los ciudadanos deben resistir al sistema desde dentro, actuando coordinada y organizadamente para influir a través de los mercados en quien ostenta el poder democrático. El lobbying cívico es la llave para influir sobre el comportamiento ético de la economía utilizando las demandas de los consumidores que libremente se sumen para promover o boicotear estratégicamente sectores, actividades y agentes económicos en función de su probado compromiso con el bien común. Creo que el desarrollo de esta idea puede representar nuestra más importante contribución como ciudadanos a la solución de esta crisis global.

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