Tras la nefasta experiencia de
los totalitarismos europeos de la primera mitad de siglo XX, que desembocaron en
la Segunda Guerra Mundial, en el viejo mundo desarrollado se extendió la
conciencia sobre la idea de que el progreso y el bienestar social de los
ciudadanos dejaba de ser una cuestión individual para convertirse en una
cuestión ineludible para la estabilidad del sistema político y el buen
funcionamiento de la economía, lo que propició que se alcanzara un consenso
general en torno al New Deal y al Estado del Bienestar. La idea común
compartida por socialdemócratas, liberales y conservadores hizo posible el
periodo de prosperidad más largo que hayan conocido los ciudadanos de estas
naciones y el progresivo arrinconamiento de las ideologías radicales, aunque no
su desaparición.
En Europa el consenso sobre la
distribución de la prosperidad en una economía capitalista en expansión se
denominó la Nueva Gobernanza Europea y dio lugar al Tratado de Roma. En EEUU
ese consenso se denominó New Deal Liberalism, que se extendió desde 1940 hasta
1980 y su éxito social fue tal que sostuvo al Partido Demócrata como el partido
mayoritario para más de una generación de norteamericanos. Para ilustrar hasta
qué punto este consenso en EEUU era tal, transcribo lo que decía en una carta
privada el primer Presidente Republicano electo tras Franklin D. Roosvelt,
Dwight D. Eisenhower, quien decía lo siguiente: “Si algún partido intentase abolir la seguridad social, eliminar las
leyes de protección del trabajador o los programas de apoyo a los agricultores,
no se volvería a saber de ese partido en nuestra historia política. Por supuesto
que hay un reducido grupo disidente que cree que estas cosas se pueden hacer…
Su número es despreciable y son estúpidos”.
Sin embargo, durante las
décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial el desarrollo económico se
produjo al alimón de la supremacía de las corporaciones multinacionales, lo que
a la postre ha tenido profundas implicaciones económicas, sociales y políticas,
pues tanto
a un lado del Océano Atlántico como al otro las políticas redistributivas sufrieron continuos ataques políticos y legales a favor
de las políticas económicas centradas en la oferta. Así, desde los años
60 se comenzó a ejercer una crítica atroz a las
formas político-económicas del New Deal que sus detractores consideraban
coartadoras de las libertades individuales y del desarrollo económico y social,
proponiendo nuevas formas a fin de crear un terreno favorable para la
revitalización de la economía. Un hecho relevante tuvo lugar en 1964 cuando el
libertariano Barry Goldwater, un reconocido militante anti-New-Deal, fue el
candidato presidencial del Partido Republicano. Aunque en aquella ocasión los
demócratas ganaron las elecciones con el porcentaje más alto de voto de la
historia, los partidarios de Goldwater formaron la Nueva Derecha que a la
postre auparía a Ronald Reagan hasta la Casa Blanca en las elecciones
presidenciales de 1980.
De acuerdo a la profesora de historia
de la Universidad de Yale, Jennifer Klein, fueron los lobbys transnacionales
movilizados a través de grupos como The Business Roundtable, la Cámara de
Comercio Internacional y los think-tanks conservadores los que durante el
transcurso de décadas fraguaron el fin del New Deal y la preeminencia de las
políticas económicas centradas en la oferta.
La crisis de la estanflación iniciada a mediados de la década de los
sesenta, agudizada por la crisis del petróleo de 1973,
significó la ruptura del ciclo económico favorable lo que desencadenó una
reorganización radical de la economía, fundada en la intensa promoción de la innovación
tecnológica, la reforma de las políticas de desarrollo y las tentativas de
desmantelar del Estado del Bienestar, que -en las palabras de Margaret Thatcher
– fue descrito como "estado niñera", sofocador de las libertades y
coartador de la libertad de elección de los individuos.
La globalización
propagada por las transnacionales ha jugado un papel activo en la disminución
de las ideologías proteccionistas, pues por definición el proceso globalizador
se contrapone al proteccionismo, ya esté dirigido hacia la protección de los
bienes producidos o hacia la protección de los ciudadanos –desde ese punto de
vista, el Estado del Bienestar no deja de ser una manifestación de
proteccionismo–.
La confusión meramente semántica
entre el liberalismo
social de los EEUU por un lado, partidario de las políticas redistributivas, de
la universalización de los derechos laborales y sociales, de la intervención
del Estado para regular la economía o de la sindicalización de los
trabajadores, y el liberalismo económico europeo por otro lado,
caracterizado por sus doctrinas económicas centradas en la oferta que defienden
exactamente todo lo contrario, contribuyó a causar un gran desconcierto
ideológico en torno a la ideología liberal que persiste hasta nuestros días
especialmente en Europa, confusión que el mismo Hayek detestaba.
La propaganda de la dinámica globalizadora,
utilizando la cobertura de las grandes transnacionales y aprovechando las
situaciones de cambio desconcertante que acaecieron al final del milenio,
incentivó el surgimiento de nuevos paradigmas
intelectuales, como la postmodernidad, que frente a las ideologías
tradicionales proponían un pensamiento débil, flexible y acomodable. La
supremacía del liberalismo económico, simbolizada por la caída
del muro de Berlín, cristalizó en la desvalorización del concepto ideología y
en ese contexto cultural se entiende la formulación del concepto de la tercera vía
de Anthony Giddens –que
no es otra cosa que la adaptación desde posiciones socialdemócratas a muchas
concepciones del conservadurismo–.
Ese desconcierto viene propiciado
por el surgimiento de la figura del “empresario profesional” que, en palabras
de Schumpeter, es “el individuo que asume riesgos económicos no personales”, en
contraposición al industrial clásico que hasta entonces había sido quien tomaba
las decisiones. La distinción de clases hasta la primera mitad del Siglo XX
estaba clara entre industriales y burguesía urbana de una parte, y trabajadores
de la otra, lo que en términos ideológicos se traducía en la adscripción a la
ideología conservadora o progresista, dejando al liberalismo ocupar una
posición intermedia en el espectro ideológico, por tanto confusa o que se presta a
la confusión. Esa separación conlleva la aparición de una nueva clase social,
la burguesía financiera (Corporate Class, en inglés), de ideología liberal en
el terreno económico –o libertariana, para distinguirla de la ideología
socio-liberal del New Deal–, que altera el equilibrio tradicional de clases.
No hay que perder de vista que la
ideología no deja de representar una comunidad de intereses o puntos de vista
sobre la sociedad respecto a sus factores políticos,
sociales,
económicos,
culturales,
morales,
religiosos,
etc. que pretenden bien la conservación del sistema, bien su transformación o
bien su involución. Por tanto, aunque
las ideologías se arrogan para sí mismas la categoría de verdad absoluta,
representan sólo un punto de vista particular sobre la realidad. Así, aquél que
está conforme con su posición dentro del sistema respecto a los factores antes
señalados tenderá a ser conservador, aquél que no esté conforme con sus
circunstancias en relación con alguno de los factores señalados tenderá a ser
progresista, mientras que aquel otro que
desee la vuelta a un sistema previamente existente tenderá a ser reaccionario.
De acuerdo con esto, la mayoría de los individuos en el curso de sus vidas
experimentan un movilismo ideológico natural que les lleva a ser más proclives
al progresismo cuando son jóvenes, dado que tienen todo por hacer, afinidad que
se irá amortiguando con el paso de los años a medida que vayan acomodándose
dentro del sistema.
Por consiguiente, dependiendo de
la visión que el individuo tenga de si mismo, existirá una expectativa racional
sobre su ideología, lo que no quiere decir que ésta sea determinista, es decir,
un individuo progresista puede serlo en función del interés propio sin atender
a razones de justicia social y un individuo conservador no por el hecho de
serlo tiene necesariamente que tener incomprensión hacia la justicia social –en
eso consistió básicamente el consenso–.
Pero en nuestros días el sentido
de la justicia social se ha perdido generalizadamente y así vivimos dentro de
un sistema trastornado que ha aprendido a vivir "como si nada" con la forma más
abominable de injusticia social, la pobreza, que deja de ser un problema del
sistema para convertirse en un problema individual. Por ello ni nos inmutamos a
pesar de que cada 10 segundos mueren de hambre 47 niños en el mundo (más de
2.500.000 al año) cuando, según la FAO, el mundo guarda capacidad para
alimentar hasta 12.000 millones de habitantes, que es prácticamente el doble de
la población mundial a día de hoy.
El problema
del neoliberalismo y sus doctrinas económicas centradas en la oferta está en su
verdadera naturaleza que, como decía Bertold Bretch, se manifiesta en sus
excesos. Las empresas transnacionales
ejercen el control sobre los Estados –en muchos casos favoreciendo la
explotación de sus trabajadores– y el control sobre los mecanismos a través de
los que opera la economía mundial, recurriendo a prácticas generalizadas de
corrupción que, a base de legalizarlas, les ha permitido convertirse en las
dueñas del mundo globalizado.
Las formas
de adoctrinamiento de las grandes masas empleadas por la corporate class hacen uso de los medios de comunicación, la
propaganda, la violencia y la represión. Por ejemplo,
las grandes transnacionales se valen de los medios de comunicación, a
los que financian directamente o a través de la publicidad, para ofrecer una
visión sesgada e interesada de la realidad. Así los medios de comunicación
acostumbran a describir la corrupción a partir de los que se benefician, que
normalmente suelen ser políticos y altos funcionarios de los países
subdesarrollados que el Primer Mundo explota. Sin embargo, el Sr. Peter Eigen,
ex funcionario de alto nivel del Banco Mundial –donde coincidió con J.
Stiglitz– que fue además fundador del Consejo Asesor del Transparency International (TI), es de la opinión
que sería necesario buscar la causa de la corrupción del lado de la oferta: “La
corrupción que prevalece en estos países es una consecuencia directa del
comportamiento de las empresas multinacionales que no vacilan en ofrecer
generosos sobornos para obtener así los contratos”.
En el reciente informe de Transparency International sobre la persecución de casos de soborno extranjero: “Exporting Corruption? Country Enforcement of the OECD Anti-Bribery Convention, Progress Report 2012”, el caso de España se califica con una eufemística nota de “Implementación Moderada” (Moderate Enforcement). ¿Qué quiere decir esto?. En el informe se señala lo siguiente:
En
el caso de España durante 2011 no consta ningún caso abierto (anteriormente ha
habido 3 casos, 2 de tipo Major, el último de 2008). El informe recoge la
siguiente información:
Desarrollos positivos:
-
España ratificó el Protocolo
Adicional del Consejo de la Convención Europea de Enjuiciamiento Criminal de la
Corrupción en noviembre de 2011.
-
España proporcionó asistencia en
una investigación suizo-polaca de un caso en el que estaba involucrada la
empresa francesa Alstom.
Factores negativos:
-
No se han abierto nuevos casos de
investigación
-
Falta de información sobre la
implementación
-
Falta
de implementación
Caso de Estudio:
Instalaciones Inabensa SA en Costa Rica
Una participada de la
corporación Abengoa SA fue acusada en 2008 –encontré este enlace a la noticia
de prensa publicada por el periódico El Mundo en 2004;
http://www.elmundo.es/mundodinero/2004/10/20/Noti20041020120031.html– de
soborno al entonces Presidente de Costa Rica –Miguel Ángel Rodríguez, con
el pago de 100.000 dólares– para adjudicarse un contrato
público de 55 M$ para la instalación de líneas de alta potencia en la ciudad de
San José. El caso fue desestimado por el Tribunal competente por no estar las participadas extranjeras de
las empresas españolas afectas por el reglamento en vigor para la prohibición
del soborno extranjero.
Recomendaciones:
-
Mejorar las políticas de
protección de confidentes
-
Introducir más transparencia en la
Fiscalía Anti-Corrupción
-
Destinar más recursos para
combatir la corrupción internacional
Pero
las
empresas globales no se limitan a ejercer su poder económico y político
exclusivamente contra los países subdesarrollados, pues durante décadas han
ejercido su influencia a fin de apropiarse de los recursos financieros y
tecnológicos de sus propios países. La
influencia de estas gigantescas sociedades sobre los gobiernos es tal que se
manifiesta en la facilidad con la que obtienen de ellos toda clase de favores y
prebendas: subvenciones, exención de impuestos, reducción de tarifas, préstamos
a intereses bonificados, terrenos gratuitos, etc. Por ejemplo,
recientemente se ha sabido que la filial en España de la empresa más grande del
mundo, Exxon Mobil, cuya plantilla está compuesta por un único administrativo,
logró el año pasado un beneficio neto de 9.907 millones de Euros y, en
plena crisis, pagó cero Euros de
impuestos por tales beneficios (valiéndose de la benigna fiscalidad de las Entidades de Tenencia de Valores Extranjeros). Es una estafa legal e inmoral, como en el caso
de la reciente amnistía fiscal (ver aquí).
Se
da la paradoja de que las doctrinas económicas centradas en la oferta consagran
la libertad de movimiento de los capitales y las mercancías pero le dan la
espalda al hombre restringiendo la libre circulación de las personas, en un
intento por convertir el Estado del Bienestar de los ciudadanos en el Estado del
Bienestar para las grandes corporaciones como parte de un
proceso de mercantilización de la Democracia.
Desde
el lado de la oferta, hoy el político es un vendedor que utiliza estrategias y
herramientas propias de los vendedores para manejar a las masas en beneficio de
esa corporate class. La
inteligencia emocional es la capacidad que posee un vendedor para poder
reconocer y también proyectar sentimientos, tanto en sí mismo como en sus
clientes, en este caso los ciudadanos. Una de las potencialidades del uso de
las emociones de los clientes-ciudadanos como instrumento de venta está
relacionada con un factor estratégico, el desarrollo del producto-Democracia,
cuya mejora debería redundar en el crecimiento profesional del
vendedor-político. Pero, de la misma forma que muchas empresas se encargan de
ofrecer el mismo tipo de producto, con similares características y precios, los
partidos políticos presentan una visión interesada del producto-Democracia que hace que se
pongan en liza percepciones, como las emocionales, que el vendedor-político
sabe decodificar para usar luego a su favor, con la ayuda de los medios. En el
fondo las grandes empresas-partidos políticos venden el mismo
producto-Democracia salvo por matices cosméticos e irrelevantes en lo esencial.
El vendedor-político
sabe que el cliente-ciudadano no siempre va a transmitir una emoción positiva
referente al producto-Democracia y cuando la emoción es negativa el
vendedor-político hace uso de su inteligencia emocional para aprovechar el sesgo cognitivo o ideológico
del cliente-ciudadano tratando así de evitar echar por tierra la confianza
ganada en el proceso de comunicación y con ello la destrucción de la relación
comercial construida con el cliente-ciudadano hasta ese momento. Entonces el
vendedor-político dirá lo contrario de lo que piensa porque sabe de su eficacia
a la hora de conseguir el agrado y complicidad del cliente-ciudadano de parvo
intelecto.
Pero como decía don Miguel de Unamuno:
“Sabido es lo que son y han sido siempre
nuestros gobiernos. Cuando no quieren, o no pueden, o no saben cumplir lo que
la opinión pública les exige, lo falsean todo. La mayoría de los políticos
viven del engaño y en él quiere mantenernos a todos, sin darse cuenta que no es
posible idiotizar a los ciudadanos libres que conservan la cabeza en su sitio y
un espíritu crítico al cual no van a renunciar”. Por eso en estos tiempos al comprobar
el injusto reparto de la carga de la
crisis muchos ya no son susceptibles a los eslóganes del tipo “Es inevitable”,
“No hay más remedio que hacerlo” o “Todos somos culpables porque hemos gastado
lo que no tenemos”, pues se han dado cuenta de que España ya no es de los
ciudadanos sino que es propiedad de esa corporate
class que comunica su propaganda a través del vendedor-político para
asegurarse que se apodera no ya de lo que tenemos, sino incluso de nuestro futuro, los impuestos que pagaremos todos menos ellos por
las próximas décadas.
El ciudadano libre pensador
comprende que se ha subvertido el principio democrático de "un hombre un voto"
sustituyéndolo por el principio societario de "una acción un voto", lo que merecería
pena de destierro. Es por ello que en la actualidad
está en cuestión el consenso mayoritario alcanzado en el mundo
desarrollado tras las dos grandes guerras del siglo XX, y se rejuvenecen las
ideologías fuertes y extremistas porque tienen un componente dogmático que las
hace verse a si mismas como la verdad absoluta y la solución a los
problemas.
Desde la cordura me vienen a la
mente las palabras de Edmund Burke cuando decía: “El peor error que podemos
cometer es no hacer nada por pensar que es muy poco lo que podemos hacer”. Para
empezar se me ocurre darles donde más les duele, eludiendo las trampas de la
economía de la oferta, cambiando nuestros hábitos como consumidores hacia un
consumo más moderado y responsable que premie sólo a aquellos afines al bien
común y castigue a los que no.
2 comentarios:
Excelente!, me ha encantado tu artículo.
Cuenta conmigo si sigues en esa línea de pensamiento y eres capaz de no caer en la trampa de la corporate class.
Me puedes localizar en @cliktrading.
Muchas gracias @cliktrading por tu feedback. Espero que sigas encontrando interesante lo que vaya escribiendo.
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