La conmemoración del
Día Internacional del Trabajo es un acontecimiento global porque global es el
reclamo por un mejor salario, mejores condiciones laborales y el respeto al
derecho de los trabajadores.
Mientras la
convocatoria en la Plaza Roja de Moscú congregó, según distintas fuentes
informativas internacionales, a más de 2,5 millones de manifestantes, el
seguimiento en España fue discreto a pesar de la prolongada crisis económica y
política en la que está sumido el país. La gigantesca e insostenible tasa de
desempleo, que por ejemplo en el caso de los jóvenes llega a afectar a más de
la mitad de la población en condiciones de trabajar, no ha provocado una
situación generalizada de emergencia social debido fundamentalmente al amparo
que ofrece el Estado social, que hace las veces de colchón amortiguando la
merma de rentas de las familias –el primero y tercer capítulos de gasto del
Estado son las pensiones y el desempleo, respectivamente–.
Estamos inmersos en
una sociedad acomodaticia que alimenta la distracción y la complacencia porque
a las élites no les interesa que el ciudadano común piense. La gente, por su
parte, busca evadirse de las preocupaciones así que, cuanto más graves
son los problemas que enfrentan, más atrayente resulta echarse a los brazos de
aquél que ofrece una justificación para no pensar.
En este blog hemos
dedicado tiempo a analizar la crisis global y las justificaciones esgrimidas
por los entendidos en la temática económica. Más allá de los hechos
coyunturales ciertos que han podido contribuir al desarrollo de la crisis
está el problema estructural que presenta el capitalismo con sus ciclos
económicos. En particular, el papel que juega la confianza en la marcha
del proceso de acumulación capitalista.
Resulta paradójico
comprobar cómo el formidable nivel de desarrollo alcanzado por el hombre en el
ámbito de la ciencia y la tecnología se torna mediocre cuando observamos el
ámbito socio-económico, por ejemplo en términos de derechos e igualdad de
oportunidades de los hombres. Somos capaces de hacer volar pesados ingenios que
transportan cientos de pasajeros, construir parques eólicos en mar abierto,
crear puentes de agua para barcos o comunicarnos con estaciones espaciales tan
alejadas que se encuentran bajo condiciones de microgravedad. Todos esos
complejos sistemas tienen en común que su comportamiento puede ser modelado con
altísima precisión por la interacción de un conjunto complejo pero determinado
de factores y variables físicas, es decir, factores y variables gobernadas por
leyes conocidas e inmutables.
En el ámbito
socio-económico, sin embargo, interviene la psicología humana y su
inconmensurabilidad, donde lo racional convive con lo irracional. En este
sentido, las crisis económicas son siempre consecuencia de la pérdida de
confianza y no al revés, pues a diferencia del colapso, las crisis no tienen
carácter irreversible sino que ocasionan cierto reordenamiento de las variables
que rigen la economía. De ahí la extendida creencia de que con la
recuperación de la confianza llegará la superación de la crisis pues el sistema
socio-económico, que sustenta el proceso de acumulación del capital, no está en
cuestión. ¡Y cómo va a estarlo si durante el 2013 en España la riqueza
financiera creció!, lo que es consistente con el hecho de que también aumentara
la brecha entre los que más tienen y todos los demás.
Como la recuperación
de la confianza se gesta de arriba hacia abajo, los cabilderos de las élites
muestran gran convicción en la recuperación y sus argumentos comportan buenas
dosis de escapismo de la realidad.
El Presidente Marino
Rajoy ha afirmado estar “muy contento” con los recientes datos de la Encuesta
de la Población Activa (EPA) y el Gobierno pronostica que la tasa de paro en
términos de la EPA pasará del 25,73% de diciembre de 2013 al 19,8% en 2017. Si
la población activa permaneciese inalterada a lo largo de los cuatro próximos
años, el descenso del número de parados se situaría en cerca de 1,5 millones de
personas, mediado cambio de la metodología de cálculo del INE.
Pero con independencia
de que nos convenzan o no los augurios del Gobierno, la reordenación que ha
sufrido la economía española en estos últimos años, especialmente a partir de
la mitad de la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero consecuencia de sendas
reformas laborales, 2010 y 2012, que, dicho sea de paso, como todas las
reformas laborales persiguen la preservación del beneficio de las empresas por
la vía de la reducción de salarios y el abaratamiento del coste del despido,
han contribuido a exacerbar un problema cuyo costo a medio y largo plazo
generalmente se le concede relativa importancia en los análisis económicos que
pululan por los medios de comunicación de masas: los desocupados excluidos para
siempre del mercado laboral.
Con el paso del tiempo
los desocupados se van transformando en parados de larga duración, la
protección social que actúa de colchón amortiguador va menguando y abandonan la
población activa porque la economía sumergida queda como única reparación a los
problemas sociales que padecen muchos ciudadanos.
Si bien hasta ahora la
educación pública, en lugar de tener por principal finalidad el desarrollo del
pensamiento de los escolares, se había orientado a prepararnos para el trabajo
por cuenta ajena, ahora surge la necesidad de preparar al vulgo para la
subactividad, la actividad transitoria o la desocupación productiva –aquella
que no resulta molesta–. Y en ello se juega el sistema gran parte de su suerte,
como si de una ciega apuesta a color en la ruleta se tratase.
A favor del sistema
juega que ya apenas existe conciencia de clases porque todos nos sentimos
burgueses y las condiciones laborales o los derechos de los trabajadores son
considerados asuntos del siglo pasado. Por ello el Día Internacional del
Trabajo en España nos vamos a disfrutar del sol y el aire. Para qué
reivindicaciones en un día tan señalado si el sistema hace tiempo que nos
descubrió el método más excesivo de redistribución de riqueza que posibilita
que cualquiera pueda ser millonario: la lotería en sus múltiples
versiones.
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