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viernes, 2 de mayo de 2014

Día Internacional del Trabajo: hacia la subactividad y la desocupación productiva


La conmemoración del Día Internacional del Trabajo es un acontecimiento global porque global es el reclamo por un mejor salario, mejores condiciones laborales y el respeto al derecho de los trabajadores. 
 
Mientras la convocatoria en la Plaza Roja de Moscú congregó, según distintas fuentes informativas internacionales, a más de 2,5 millones de manifestantes, el seguimiento en España fue discreto a pesar de la prolongada crisis económica y política en la que está sumido el país. La gigantesca e insostenible tasa de desempleo, que por ejemplo en el caso de los jóvenes llega a afectar a más de la mitad de la población en condiciones de trabajar, no ha provocado una situación generalizada de emergencia social debido fundamentalmente al amparo que ofrece el Estado social, que hace las veces de colchón amortiguando la merma de rentas de las familias –el primero y tercer capítulos de gasto del Estado son las pensiones y el desempleo, respectivamente–.  
 
Estamos inmersos en una sociedad acomodaticia que alimenta la distracción y la complacencia porque a las élites no les interesa que el ciudadano común piense. La gente, por su parte, busca  evadirse de las preocupaciones así que, cuanto más graves son los problemas que enfrentan, más atrayente resulta echarse a los brazos de aquél que ofrece una justificación para no pensar.  
 
En este blog hemos dedicado tiempo a analizar la crisis global y las justificaciones esgrimidas por los entendidos en la temática económica. Más allá de los hechos coyunturales ciertos que han  podido contribuir al desarrollo de la crisis está el problema estructural que presenta el capitalismo con sus ciclos económicos.  En particular, el papel que juega la confianza en la marcha del proceso de acumulación capitalista.
 
Resulta paradójico comprobar cómo el formidable nivel de desarrollo alcanzado por el hombre en el ámbito de la ciencia y la tecnología se torna mediocre cuando observamos el ámbito socio-económico, por ejemplo en términos de derechos e igualdad de oportunidades de los hombres. Somos capaces de hacer volar pesados ingenios que transportan cientos de pasajeros, construir parques eólicos en mar abierto, crear puentes de agua para barcos o comunicarnos con estaciones espaciales tan alejadas que se encuentran bajo condiciones de microgravedad. Todos esos complejos sistemas tienen en común que su comportamiento puede ser modelado con altísima precisión por la interacción de un conjunto complejo pero determinado de factores y variables físicas, es decir, factores y variables gobernadas por leyes conocidas e inmutables.
 
En el ámbito socio-económico, sin embargo, interviene la psicología humana y su inconmensurabilidad, donde lo racional convive con lo irracional.  En este sentido, las crisis económicas son siempre consecuencia de la pérdida de confianza y no al revés, pues a diferencia del colapso, las crisis no tienen carácter irreversible sino que ocasionan cierto reordenamiento de las variables que rigen la economía.  De ahí la extendida creencia de que con la recuperación de la confianza llegará la superación de la crisis pues el sistema socio-económico, que sustenta el proceso de acumulación del capital, no está en cuestión. ¡Y cómo va a estarlo si durante el 2013 en España la riqueza financiera creció!, lo que es consistente con el hecho de que también aumentara la brecha entre los que más tienen y todos los demás.
 
Como la recuperación de la confianza se gesta de arriba hacia abajo, los cabilderos de las élites muestran gran convicción en la recuperación y sus argumentos comportan buenas dosis de escapismo de la realidad.   
 
El Presidente Marino Rajoy ha afirmado estar “muy contento” con los recientes datos de la Encuesta de la Población Activa (EPA) y el Gobierno pronostica que la tasa de paro en términos de la EPA pasará del 25,73% de diciembre de 2013 al 19,8% en 2017. Si la población activa permaneciese inalterada a lo largo de los cuatro próximos años, el descenso del número de parados se situaría en cerca de 1,5 millones de personas, mediado cambio de la metodología de cálculo del INE.  
 
Pero con independencia de que nos convenzan o no los augurios del Gobierno, la reordenación que ha sufrido la economía española en estos últimos años, especialmente a partir de la mitad de la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero consecuencia de sendas reformas laborales, 2010 y 2012, que, dicho sea de paso, como todas las reformas laborales persiguen la preservación del beneficio de las empresas por la vía de la reducción de salarios y el abaratamiento del coste del despido, han contribuido a exacerbar un problema cuyo costo a medio y largo plazo generalmente se le concede relativa importancia en los análisis económicos que pululan por los medios de comunicación de masas: los desocupados excluidos para siempre del mercado laboral.
 
Con el paso del tiempo los desocupados se van transformando en parados de larga duración, la protección social que actúa de colchón amortiguador va menguando y abandonan la población activa porque la economía sumergida queda como única reparación a los problemas sociales que padecen muchos ciudadanos.  
 
Si bien hasta ahora la educación pública, en lugar de tener por principal finalidad el desarrollo del pensamiento de los escolares, se había orientado a prepararnos para el trabajo por cuenta ajena, ahora surge la necesidad de preparar al vulgo para la subactividad, la actividad transitoria o la desocupación productiva –aquella que no resulta molesta–. Y en ello se juega el sistema gran parte de su suerte, como si de una ciega apuesta a color en la ruleta se tratase.
 
A favor del sistema juega que ya apenas existe conciencia de clases porque todos nos sentimos burgueses y las condiciones laborales o los derechos de los trabajadores son considerados asuntos del siglo pasado. Por ello el Día Internacional del Trabajo en España nos vamos a disfrutar del sol y el aire. Para qué reivindicaciones en un día tan señalado si el sistema hace tiempo que nos descubrió el método más excesivo de redistribución de riqueza que posibilita que cualquiera pueda ser millonario: la lotería en sus múltiples versiones. 
 

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